Hace unos pocos minutos un abrazo me unió por segunda vez con Ricardo Salame, hermano de mi hermano Ismael, en un homenaje que le brindaron sus compañeros del peronismo revolucionario.
Mi “paisano” tenía dos o tres años más que yo, cuando cayó en desigual combate el 29 de septiembre de 1976, y ahora, décadas después, este amigo con espaldas ya cargadas de militancia y y dolores, lo recuerda intacto, inmaculado, con aquellos 29 jóvenes y heroicos años.
Es mi orgullosa obligación recordarlo, mantenerlo con nosotros para las nuevas generaciones.
Lo hago con las mismas palabras que lo hice en mi libro, “SECRETOS EN ROJO, un militante entre dos siglos”. También, con la descripción de ese monumental reconstructor de la historia del combate peronista, Roberto Baschetti, en el suyo: “MILITANTES DEL PERONISMO REVOLUCIONARIO. Uno por uno”.
Primero Roberto, como corresponde. Luego el recorte de mi memoria.
“Negro”. “Turco”. Nació en Tucumán en febrero de 1947. Ya en su adolescencia se destacaba por el interés político y social que despertaba su pueblo, ese mismo pueblo que en 1966 acababa de soportar un golpe asestado por la dictadura de Juan Carlos Onganía, con el cierre de 11 ingenios azucareros tucumanos, y que provocara la gran destrucción económica industrial, generadora del éxodo de 200.000 compatriotas, a las villas de emergencia del Gran Buenos Aires. En ese momento Ismael integraba la Juventud Peronista de la IIIª Zona y alimentado por las lecturas del revisionismo histórico, fue parte de una generación que va forjando una conciencia profundamente peronista y revolucionaria. Luego llega a la universidad como estudiante en la Facultad de Derecho, es ahí donde se suma al Integralismo y milita en el ambiente estudiantil, participando activamente en los dos tucumanazos de 1969 y 1970.
Para todos sus compañeros, será un referente en la campaña del “Luche y Vuelve” y ya en 1972 pasa a integrar la Mesa Nacional de Conducción de la Juventud Peronista. Como máximo exponente de la Regional V de J.P. (Salta, Tucumán, Jujuy), integra la comitiva que trae al General Perón de vuelta a la Patria, luego de 17 años de injusto exilio. Destruido el sueño peronista de un excelente tercer gobierno y luego de la muerte del líder (1974), Ismael profundiza aún más su compromiso político; y será entonces un cuadro montonero, oficial segundo de ese ejército popular que se fue forjando a la luz de las luchas populares. Cayó combatiendo junto a otros cuatro compañeros (Alberto José Molinas Benuzzi, José Carlos Coronel, Ignacio José Bertrán y Victoria Walsh) en el llamado combate de Villa Luro sobre la calle Corro, el 29 de septiembre de 1976. Ellos cinco, enfrentaron a 150 uniformados armados hasta los dientes. No se entregaron con vida. Días después, en el frente de la casa, aún humeante por lo sucedido, un grupo de milicianos escribió: “Aquí murieron cinco héroes montoneros”. Al momento de su deceso era responsable nacional de las relaciones montoneras con las Juventudes Políticas Argentinas. Precisamente ese cargo lo llevó a discutir y confraternizar a la vez con otro “turco” al que apreciaba mucho, (Alberto Nadra), éste de la Federación Juvenil Comunista (FJC-La Fede) quien le ofreció sacarlo a Cuba ya que su situación y su seguridad se volvían insostenibles. Agradeció el gesto, dijo que no podía y se quedó peleando en la Argentina hasta su muerte.
Carta para Ismael (Alberto Nadra)
“Turco” querido, perdona que repita el apodo que se pegó a tu figura para siempre, y que en aquellas tardes de la calle Agüero, charlábamos acerca de lo absurdo, y hasta cruel, que nuestro abuelos y sus descendientes hayan sido “rebautizados” con la nacionalidad de los invasores, los ocupantes de su Siria natal, donde exterminaron a sangre y fuego a nuestras familias, toda en mi caso, cuando no pudieron huir.
¿Sabés? Hay momentos como éste, en que recuerdo tu sonrisa amplia, tus carcajadas, o tal vez esa mirada firme que cerraba senderos de diálogo que sabias no podías transitar. Momentos en que te imagino maduro y reflexivo, a veces chicanero y preguntón. Instantes en que recuerdo que, entonces, teníamos varios años menos de todos los que pasaron desde que te abatieron en lo que tus compañeros llamaron “El combate de la calle Corro”, en Villa Luro.
Allí, donde Vicky Walsh, gritó a la jauría armada, esa que escondía su miedo tras una abrumadora superioridad en número (150 efectivos frente a cinco combatientes) y poder de fuego. Les gritó –en medio de los lanzagranadas y miles de municiones con que destruyeron la casa– sin duda pensando en los miles de compañeros secuestrados, torturados, martirizados hasta la muerte: “Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir”.
No era parte de un “culto a la muerte” como dicen algunos que no habían nacido y jamás podrán sentir lo que se sentía luego de la “primavera camporista”, el gobierno del mismo Perón que acompañaste de vuelta en el avión desde Madrid, la funesta gestión de Isabel, López Rega y la Triple A.
No, no era un culto a la muerte. Fue la reivindicación victoriosa de la vida sobre la muerte que ELLOS, no ustedes, representaban.
No quiero, pero necesito, o debo, no lo sabría decir con claridad, recordar ese final, que alguien describió con estas palabras: “… el 29 de septiembre de 1976, ya con el golpe oligárquico militar en marcha para imponer un Estado terrorista y genocida, se realiza una reunión de militantes montoneros quienes sufren una emboscada: ese día mueren en el enfrentamiento que se conoce como el Combate de la Calle Corro, los compañeros Ismael Salame, José Carlos Coronel, Eduardo Beltrán, Victoria Walsh y Alberto Molina. Días después, en el frente de la casa aún humeante del combate, un grupo de milicianos pintó: “Aquí murieron cinco héroes montoneros”.
¿Qué milagro en esos días tempestuosos, terribles e irrepetibles hizo que pudiéramos saltar las diferencias y abrazarnos como amigos? ¿Qué éramos “paisanos”?, ¿El casi idéntico tono de piel?, ¿La sintonía fina para captar/nos las ironías? ¿Aquellas interminables jornadas en las que charlábamos, o discutíamos, acerca del rumbo que debía tomar el movimiento de las Juventudes Políticas Argentinas? Tal vez un poco de todo, y de algo indefinible que simplemente sucede.
No me lo pregunto porque sí. Es que precisamente recuerdo un encuentro en una casa “blindada” de la Fede, poco antes de tu caída en combate, cuando nos despedimos con un abrazo, fuerte, casi premonitorio.
Ya no tenías tu clásico bigote, ni la sonrisa fácil. Sin embargo acababas de rechazar la oferta de la dirección de la Fede para sacarte esa misma noche, sin moverte de la casa fortificada en la estábamos, rumbo a Cuba, pues nuestra información decía que tu situación era insostenible. No podías, dijiste, y diste una explicación que guardo para recordártela cuando nos reencontremos, donde sea que ocurra.
Acaso entonces algunas preguntas tendrán su respuesta, y te podré contar que en medio de secuestros y asesinatos de mis propios camaradas, un 29 de septiembre, en la oficina de Prensa Latina en Buenos Aires, cuando escribía el despacho con la versión de la Télam dictatorial a la vista, sentí que ese momento, contigo mi amigo, moría una parte irreemplazable de mi corazón.
Una Olivetti, Lexicon 80, es testigo fiel.
Tu compañero entonces, ahora y hasta que nos encontremos
Alberto Nadra