¿Por qué se producen las crisis financieras? ¿Por qué son cíclicas? ¿Son, acaso, imprevisibles, inexorables? Y finalmente, ¿dependen o no de las decisiones del poder, que es siempre económico y político a la vez? Muchas preguntas, pocas respuestas, aunque se pueden intentar algunas aproximaciones sin otra expectativa que despertar el interés por estos interrogantes.
La primera: la política es economía concentrada. Esto significa que se hace política para apropiar, retener, reproducir, aumentar o recrear el dinero de los capitalistas. Para aumentar y multiplicar la apropiación de plusvalía, y seguir capitalizando dinero y poder para hacer más de lo mismo pero a una escala cada vez mayor. No hay ningún otro objetivo. En occidente, al menos, más allá de esta frontera empieza la metafísica.
Las conquistas de los trabajadores (jornada de 8 horas, aguinaldo, vacaciones) son eso: conquistas arrancadas al capital o bien concesiones de los capitalistas para evitar males mayores. Aquí se inscriben todas las políticas reformistas de origen socialcristiano, socialdemócrata, humanista, etc.
O, de lo contrario, se hace política para abolir todo lo anterior desde un proyecto socialista, destituyente del capital, que permita expropiar la plusvalía del bolsillo individual y depositarla en una cuenta común. Aquí se inscriben (¿se inscribían?) las políticas revolucionarias.
Así las cosas, ¿qué dinámica interna lleva una y otra vez, periódicamente, al advenimiento de crisis financieras que provocan pérdidas enormes de dinero, empleos, viviendas, prestigio y poder? Claro, sin olvidar que las crisis provocan la concentración del capital y facilitan la aparición de nuevas fortunas.
Pero ¿es la crisis una condición sine qua non del capitalismo? ¿O pueden ser evitadas? En términos socioeconómicos esta inquietud es tan importante como preguntarle a la medicina si el cáncer tiene cura.
Y la respuesta es que no tiene cura porque el cáncer es, en primer término, un cáncer. El apetito insaciable de ganancias obtenidas dentro de la ley o fuera de ella, a como dé lugar, ignorando límites y restricciones, lleva al capitalismo financiero a cotas de audacia e irresponsabilidad ilimitadas. Para comprobarlo basta recorrer el camino de las hipotecas sub-prime desde su aparición hasta el desencadenamiento de la crisis.
Además, ¿quién hace las leyes? ¿Quién dice hasta acá sí pero desde acá no? Las hacen los dueños del poder, que son los propios capitalistas o políticos que actúan como si lo fueran. Y que muchas veces también son capitalistas o terminan siéndolo. ¿Cuánto dinero acumuló Carlos Menem tras permanecer una década en la Casa Rosada? ¿Cuánto de la Rúa? No lo sabemos.
En el capitalismo conviven valores reales (materiales) y simbólicos (ficticios). Cuando la relación entre ambos excede cierto límite se enciende un semáforo amarillo y se producen las primeras quiebras, caídas empresarias y despidos, las primeras grietas en el muro. Pero cuando se exceden todos los límites se enciende un semáforo rojo. Y revienta el globo.
Cuando empezó la crisis actual la relación entre el globo de los bienes simbólicos (la suma de acciones, títulos, bonos, dinero) era de 15 a 1 respecto de los valores reales, como son las casas, los campos, las máquinas, en fin, el PBI mundial. Una proporción relativamente sana no puede exceder de 3 ó 4 a 1.
Pero ocurre que el capital financiero, que es la fracción dominante del capitalismo desde los primeros años 80, cuando fue promovido por Ronald Reagan, permite una tasa de ganancia muy superior a que se obtiene en la actividad industrial. El dinero produce más dinero que la producción de hombres y máquinas.
Consecuencia: las crisis financieras son tan inevitables y a la vez tan necesarias como los incendios forestales, porque, como estos, deben quemar la paja para que crezca el pasto. Efectivamente, las crisis son enormes hogueras donde se quema el capital presunto, simbólico, ficticio. Y lo que se salva del incendio son los valores reales, que se multiplican y concentran. Desde hace 500 años esta es la historia del capitalismo, la misma historia.
Los incendios forestales existen en la naturaleza desde hace millones de años, pero el capitalismo es su invento humano. No parece, al menos en esta etapa de la evolución, que el hombre esté en condiciones de darse otra forma de organización. Por eso esta crisis no será la última.