Los temores en torno de su moneda reflejan la crisis económica de la Europa de los 25, y en particular sus asimetrías. Uno solo de los estados alemanes tiene un PBI varias veces mayor que el de Grecia; Normandía duplica el producto de Portugal; cincuenta Irlandas no hacen una Gran Bretaña. No es la Europa del desarrollo sino la Europa de la desigualdad.El euro, que es una buena moneda para Alemania y Francia, no lo es para Grecia, Portugal o España, ya que se trata de una divisa dura que encarece las exportaciones y encoge los ingresos.
Veamos un ejemplo. Cuando Grecia tenía su moneda histórica, cada dólar que entraba por el turismo equivalía a diez dracmas; hoy representa apenas 0,65 euros. Otro tanto ocurre con los ingresos por turismo en España e Italia, donde son parte sustantiva de la economía. Moneda cara, países endeudados, crisis. Pero, hablando con propiedad, no se trata de la crisis del euro sino de la crisis de las asimetrías.
Ahora bien, ¿se puede superar esta crisis sin que se rompa la unidad económica europea? Es muy difícil, ya que si los deudores no pagan, los bancos prestamistas quebrarán, y estos son mayoritariamente alemanes y en menor medida franceses. Ahora bien, ¿cómo pueden pagar los deudores si no les permiten reunir los recursos suficientes vía desarrollo? O dicho de otro modo, mientras persistan las razones que los llevaron a un endeudamiento crónico, ninguno de esos países podrá cancelar ni siquiera los intereses de sus deudas. Y nunca podrán hacerlo si el FMI continúa imponiéndoles programas de ajuste recesivos, la vieja receta liberal que tan bien conocemos los argentinos. ¿Por qué lo hacen, entonces?
Lo hacen porque hay una manera de que los bancos cobren sin que los deudores paguen. ¿Cómo? Utilizando para ello los dineros del estado de bienestar. No pagarán los estados, entonces, sino los pueblos. Este es el objetivo profundo, nunca explícito, de los planes de ajuste, la cínica racionalidad del sistema.El estado de bienestar (“welfare state”) fue el escudo social que utilizó la socialdemocracia europea para frenar el avance soviético en la inmediata posguerra. Buenos salarios, educación y salud públicas para todos, jubilaciones dignas y una multitud de prestaciones que convencieron a los trabajadores del viejo continente de que la música que llegaba del este no era más que un canto de sirena, porque ellos vivían mejor que los trabajadores rusos.
Caído el sistema soviético hace ya veinte años, las burguesías europeas han perdido el miedo. Entonces, ¿por qué seguir gastando fortunas en mantener un alto estandar de vida si lo que está en juego es la sobrevivencia de la clase?. El capitalismo europeo se puede arreglar con menos ingenieros y más indigentes, puede admitir (aún bajo protesta) una reducción de su calidad de vida, pero no se puede arreglar sin sus bancos.
Esto es, en apretada síntesis, lo que está ocurriendo en Europa, donde aún no se vio lo peor. Por de pronto a la socialdemocracia le está yendo muy mal, y es lógico, porque ha tirado sus principios por la borda, tanto que hoy es difícil distinguir sus políticas de las recetas liberales. Sin estado de bienestar la socialdemocracia no tiene razón de ser.
Que Grecia haya aceptado el euro es un error similar a la adopción de la convertibilidad en la Argentina de los 90. ¿Cómo un país de desarrollo intermedio como el nuestro pudo tener la misma moneda que la primera potencia mundial? ¿Cómo Irlanda puede tener la misma moneda que Alemania?
El sostenido desarrollo económico de nuestro país desde el 2001 en adelante muestra que este es el camino correcto. Inversión, industrialización y empleo en las ciudades, tecnificación y biotecnología en el agro, recursos en salud y educación, apuesta a las tecnologías nacionales, Mercosur, etc. La crisis del euro es, por espejo invertido, ese ominoso pasado argentino que nunca debemos olvidar, a riesgo de repetirlo.