Como complemento del post anterior, una acotada reproducción de mi intervención en la conferencia de prensa en Diputados.
“Infame” es el adjetivo con que caracterizó la posición de Carrió al negar que la dictadura de Alfredo Stroessner haya asesinado opositores el Premio Nobel alternativo de la Paz, Martín Almada. “Insensatez” que provoca “indignación”, la respuesta del ex secretario de la Confederación Latinoamericana de Trabajadores (CLAT), Rodolfo Garcete.
El abrumador listado de víctimas de la Comisión de Verdad y Justicia del Paraguay que cita el proyecto presentado esta semana en Diputados por la legisladora Silvia Vázquez, y apoyado por sus colegas Agustín Rossi, Silvestre Begnis, y Claudio Morgado, además de numerosas organizaciones de la comunidad paraguaya en el país, son una prueba contundente que no hay ninguna exageración en sus palabras. También que el proyecto, para que el la Cámara repudie cualquier manifestación que niegue los genocidios en el mundo (el Holocausto, el armenio, el de los pueblos originarios) o el terrorismo de estado de las dictaduras latinoamericanas, entre ella la negación de la Sra. Carrió, son a la vez que una condena, una respuesta y reparación para el pueblo paraguayo y argentino.
Nadie le niega a la Sra. Carrió su derecho a ubicarse a la derecha del espectro político, considerar como De la Rúa y la Alianza que los problemas del país son de moral y corrupción, que sin dudas son problemas, pero no “el problema”, que fue el modelo rentístico de rapiña y entrega. Nosotros optamos por impulsar un Estado fuerte que impulse un modelo de producción con valor agregado y distribución equitativa de la riqueza. La señora también puede profundizar su derechización al afirmar, sin ponerse colorada, que la violación dictatorial de los derechos humanos ya es un problema del pasado, para en cambio agitar con clara intención electoral del drama de la inseguridad, que justamente tiene como una de sus bases –además del cuadro social y económico, y los enfoques técnico jurídicos concretos—las huellas que en la conciencia de la sociedad dejó la convicción de impunidad, luego que la mayoría de los genocidas quedaran sin castigo.
También, aunque nos irrite un poco, nos hemos acostumbrado a sus profecías apocalípticas que nunca se cumplen, y a que no haya tenido ninguna revelación acerca de las que sí se cumplen como el 19 y 20 de diciembre de 2001, menos aún sobre el estallido de la timba financiera mundial, para en cambio ponerse del lado de la patronal agropecuaria cuando otros advertíamos sobre esta posibilidad.
Sin embargo, la supuesta defensora de la calidad institucional se viene dedicando puntualmente a socavar las bases de la institucionalidad democrática, y eso merece condena. ¿Qué, sino atacar las instituciones es “denunciar” temerariamente en el país y en el exterior que el Parlamento argentino aprueba leyes para blanquear dinero de la corrupción, el narcotráfico y el narcoterrorismo? ¿Qué, sino atacar las instituciones, es comparar a un ex presidente constitucional con Hitler, con Ceasescu y, bordeando el grotesco con “el gordo Valor”, a la vez que desearle una “feliz viudez” a la Presidenta de todos los argentinos? Tampoco se salva la Justicia, ya que dice que “en cualquier país normal del mundo estarían presos”.
Esta pendiente la ha llevado ahora a un punto sin retorno, Negar las casi 200 mil víctimas del régimen de Stroessner, entre detenidos y torturados, los más de 2000 desaparecidos y 348 ejecutados, los 312 secuestrados en Argentina en virtud del Plan Cóndor. Es para ellos que pedimos la reparación del Congreso argentino mediante la más enérgica condena de este tipo de declaraciones. Es con estas víctimas y sus familiares, muchos nacidos y criados en el exilio argentino que debe disculparse la señora Carrió. Aquí no estamos ante chicanas electorales y frases efectistas, aquí se han pasado todas las fronteras de lo tolerable y por eso todos –dirigentes políticos, gremiales, sociales—estamos condenando a la Sra. Carrió y reclamando que, al menos, haga honor a ese crucifijo que no creo tenga lo necesario para ostentarlo y ejerza la cristiana virtud del arrepentimiento y el pedido de perdón.