En un post en el muro del amigo Pablo Gamba en Facebook, cuyo enfoque comparto, un ex camarada expresó su disconformidad global con el discurso de CFK, similar a otras que escuché, o leí, a partir de ayer.
Aunque fuera del contexto, me permito reproducir parte de mi reflexión en el muro de Pablo:
…me parece que el compañero, con su crítica a la intervención de CFK en Ferro, peca de inocente al pretender un enfoque antisistema de quien ha reiterado muchas veces su vocación (equivocada o no, pero la suya, y mayoritaria) de lograr mejoras y una reducción de la injusticia social dentro del capitalismo.
Al mismo tiempo, su enfoque recae nuevamente en los clásicos bandazos del Partido Comunista (PC), precisamente con una cita del dirigente que encabezó desde 1986 un nuevo período de esas oscilaciones de “derecha” a “izquierda”, y viceversa, que caracterizaron durante buena parte de su historia a la política de alianzas de los comunistas, de la que hasta 1990 me hago cargo.
Luego de una justa –y todavía inédita para partidos y personalidades políticas del país y el extranjero– autocrítica en 1986, se pasó a una infantil caricaturización de su histórica concepción del “Frente Democrático Nacional” (que vale recordar lo era también “antioligárquico, antiimperialista y con vistas al socialismo”), como una despreciable variante “burguesa” de la que siempre nos habríamos puesto a la cola, con la consiguiente hipoteca de la toma del poder por una fuerza, o conjunción de fuerzas, sólo revolucionarias.
Este enfoque ya expresó su miopía, por no decir un claro infantilismo, gestando, y abandonando, valiosas alianzas como el FRAL (Frente Amplio de Liberación), para refugiarse en una forzada unidad con el trotskismo, empujado más por la orfandad política electoral que por las convicciones. De esta manera, se dejó de lado a fuerzas y corrientes históricamente combativas y aún revolucionarias del campo popular con las que, luego de muchos desencuentros, se había avanzado de manera inédita hasta fines de los 80, para terminar en la frustrante experiencia de “Izquierda Unida”.
Más adelante, después de rechazar el apoyo a Néstor Kirchner en 2003 por similares razones, se pasó progresivamente a una posición casi acrítica frente al rumbo del gobierno, y ahora aparece el enojo y la sorpresa ante lo obvio: que CFK coincide en cuestiones sustanciales, pero no piensa como muchos de nosotros que hay que cambiar este régimen. El trascendente proceso que encabezó jamás pretendió una revolución, aún menos socialista, sino mejoras dentro de este sistema capitalista, lo que si se quiere podemos caracterizar como imposible en términos históricos, pero que obtuvo claros logros para el aquí y ahora de nuestro sufrido pueblo.
La táctica y la estrategia se confunden permanentemente para algunos compañeros, lo cual es lógico del punto de vista marxista, si partimos que hace años no realizan una caracterización seria de la actual estructura económico-social argentina, muy diferente a la de comienzos del siglo pasado, a la de 1943, 1983 y hasta a la del 2015. Tampoco del tipo de revolución a la que se puede aspirar a partir de esa caracterización, ni de la etapa política (¡horror, “etapas”, “etapismo”!, como si hubiera un muro entre unas y otras…), y por lo tanto de instrumento para lograrlo (un frente de liberación nacional y social).
Sin embargo, hoy, ahora, es momento de lucha en las calles, organización y alianzas electorales, impulsar la recuperación de derechos y, si logramos derrotar al neoliberalismo macrista profundizar el proceso que se inicie con medidas de fondo, que deberán necesariamente incluir no pocas de carácter anticapitalista.
El verdadero macartismo no surge de una frase, comparación poco feliz, o concepto suelto de CFK, sino que se expresó en concreto con la exclusión del PC de Unidad Ciudadana en 2015, lo que no impidió al máximo dirigente de esa organización legitimarlo, al aceptar el último y decorativo puesto de candidato bonaerense al Parlasur. Al macartismo hay que enfrentarlo sin concesiones, no por una cuestión de un partido o ideología en particular, sino porque siempre apunta contra el campo popular en su conjunto.
De la misma manera, es legítimo debatir si es correcto, y personalmente considero que sí, que CFK incluya a sectores populares, no a los fachos, que portan el pañuelo celeste; o si considera superado, y personalmente considero que se equivoca, hablar de izquierda y derecha.
Sin embargo, es absurdo ponerlo como eje central, cuando al mismo tiempo CFK plantea, por primera vez en su discurso algo mucho más radical y confrontativo, como lo es el cambio en la estructura institucional impuesta por las revoluciones burguesas del siglo XIX, lo perimido de la absolutización de la “división de poderes”, la regulación de nuevos actores (con respecto al viejo capitalismo) como los monopolios, en particular del predominio del capital financiero, los medios hegemónicos como grupos económico-políticos de configuración de la subjetividad de masas, la monárquica rémora del poder judicial vitalicio, y sobre todo avanzar hacia formas de protagonismo popular que superen la coyuntura electoral cuando un gobierno es “legal pero no legítimo”: aunque no lo dijo, estamos hablando de revocatoria de mandatos, plebiscitos, consultas populares vinculantes, etc.
Bueno, ya es largo, pero que quede claro que si derrotamos a Macri no será, como no lo fue en 2003 ante el menemismo, con un gobierno revolucionario, sino democrático burgués, en todo caso con predominio del sector de la burguesía nativa ligada al mercado interno, en permanente disputa de clases –y por lo tanto política– tanto externa como al interior del frente.
Todas estas indignaciones virginales, que finalmente aceptan el rumbo, pero con tan pocas ganas que no suman para ganarle a nadie, no ayudan a iniciar YA la pelea por el tipo y alcance de este Frente, a definir nosotros que entendemos como la “categoría” pueblo, que desde ya no es nueva ni un invento del Foro de Ferro. Y es el único escenario posible en la actual correlación de fuerzas, para colmo con la inexistente presencia y protagonismo de una izquierda revolucionaria, tarea todavía pendiente en la argentina, con una conformación y caracterización que merece un largo debate, mientas no renunciamos a nuestros ideales e impulsamos la acción popular en forma permanente, una buena forma de ir encontrando los caminos que no están claros y exigen una fortaleza teórica de la que carecemos y un debate abierto y desprejuiciado, que es evidente que nos cuesta afrontar.