“Me reuní con hombres y mujeres que tuvieron que partir del país por razones políticas y hoy viven en Roma”, aseguró la mandataria en rueda de prensa tras su reunión con el Papa Francisco en el Vaticano. Estuvo “el hijo de Silvio Frondizi, Julio, que vive aquí en Italia, cuyo padre fue un reconocidísimo intelectual que fue asesinado por la Triple A en los años 70”. “Me dijo que va a intentar volver a la Argentina, estuvimos con ellos y me entregaron unas cartas muy especiales”, afirmó.
La charla entre Cristina Kirchner y los exiliados superó la hora. Ellos le contaron de sus actividades y de cómo, entre otras cosas, encararon una campaña en Roma contra los fondos buitre. También fueron hablando de sus historias individuales. Fue entonces, cuando Frondizi le contó que había intentado regresar a la Argentina pero no había podido y que ahora estaba pensando hacer un nuevo intento. “La Presidenta lo tomó de la mano y le empezó a enumerar los motivos por los que debía volver. A él se le llenaron los ojos de lágrimas. Todos nos emocionamos”, contó otro de los partícipes de la reunión, relata cuenta la crónica de Página/12.
Busco imágenes en el portal de la Casa Rosada. Me detengo largamente en una.
La foto me devuelve la sonrisa endurecida pero entrañablemente reconocida de Julio, aquella entre pícara y tímida con la que compartimos tantos momentos de la lucha contra la dictadura de Onganía-Levingston-Lanusse. Esa amistad es de hierro. Casi cuarenta años no lograron siquiera mellar la amistad que construimos en las aulas del Colegio Nacional Mariano Moreno, el mismo en el que se graduó Silvio. No volví a ver a Julio desde que despedimos a su padre, con miles de argentinos y una furiosa represión policial del siniestro comisario Alberto Villar, jefe de la policía de Isabel Martínez, quien no vaciló en secuestrar los féretros. Años después de la retirada de la dictadura pudimos retomar contacto, que no hemos abandonado, pese a que sólo logramos ejercerlo mediante cartas, y ahora veloces mails.
En mi libro, SECRETOS EN ROJO. Un militante entre dos siglos, cuya edición ampliada Corregidor se prepara a distribuir en las librerías durante junio, recuerdo en un par de párrafos:Estábamos protagonizando las primeras protestas estudiantiles que renacieron después de un tiempo de “absoluto” silencio que impuso la dictadura de Onganía hasta 1969 (…) Aún me conmueve la tímida sonrisa cómplice de otro amigo de entonces: Julio Frondizi, hijo del inolvidable Silvio –asesinado por la “Triple A” el 27 de septiembre de 1974—cuando, un marea de cintas negras en los sacos azules de los varones y en los guardapolvos blancos de las chicas invadió los colegios de la ciudad: “Bello, Cabral, los vamos a vengar”.Estábamos pariendo los ’70.
Mi cariño por Julio, mi “hermano mayor”, según su permanente ostentación del par de meses que separaron nuestro nacimiento, jamás estuvo en discusión, como tampoco el que siento por Silvia, también hermana en la distancia.
Sin embargo, el aporte intelectual de Silvio sólo pude valorarlo con el tiempo.
En aquellos años cuando acompañando a Julio visitaba su casa en Almagro, Cangallo al 4.000, quise –mucho– al gran ser humano, que me contó de su respeto por mi padre, y me brindó su sincero afecto cuando mi dogmatismo no me permitía escuchar mucho más que mis “verdades”. El me ayudó con paciencia a escuchar otras.
La plenitud de esos recuerdos se mezcla, invariable e inevitablemente, con las desesperadas acciones para lograr su aparición con vida luego de su secuestro por un comando dirigido por el subcomisario Juan Ramón Morales y el subinspector Rodolfo Almirón Sena, ambos bajo las órdenes del máximo responsable de este grupo paramilitar, el entonces Ministro de Bienestar Social, José López Rega, funcionario preferido de Isabel Martínez, que todavía debe rendir cuentas por esos centenares de crímenes.
Silvio fue secuestrado de su domicilio, a cuadras del Parque Centenario y a plena luz de del día, para luego acribillarlo con saña y cobardía (52 disparos por la espalda) en los bosques de Ezeiza. Previamente, al intentar evitar el secuestro, también fue asesinado su yerno, Luis Ángel Mendiburu, esposo de Silvia, quien era ingeniero, profesor de la UTN y militante de Juventud Universitaria Peronista (JUP). Julio, impotente pero lejos de paralizarse, disparó con una 22 a la patota de metralletas, FAL y 9 mm. Inutilizó uno de los tres vehículos en que se desplazaban, abandonado a las pocas cuadras.
Recién en los ’80 pude descubrir que interpretación y recreación del marxismo fue, quizá, una de las más originales y críticas de Latinoamérica, profundamente revolucionaria, con unas sólida base humanista, con la vista puesta en un hombre total y principalmente libre, fruto de un socialismo no burocrático ni dogmático, un socialismo autogestionario, como nunca se ha logrado, aún, en la historia de la humanidad. Aún conservo la que pienso su mayor obra, La Realidad Argentina, tapa en letras negras sobre blanco y rojo. Silvio mismo me la entregó. La guardé como el regalo de un luchador querido, la leí mucho después con la avidez del que busca respuestas a los desengaños y nuevos interrogantes que jamás imaginó.
El 25 de mayo, Cristina fue la primera dirigente de semejante nivel nacional e internacional del peronismo, que denunció claramente “ese” sector de su movimiento que fue capaz de acribillar a Silvio. Sin vacilación al rescatar a uno de los grandes marxistas argentinos, no precisamente peronista, ayer abrazó a Julio Frondizi, su hijo, como quien ratifica que el movimiento nacional y popular es uno solo, y se define por la voluntad Inclaudicable de transformación.
Siento que Cristina le dio a Julio el abrazo que yo demoro, a mi pesar, tantos años.
Y con él, a todos los que la acompañamos, y al mismo tiempo vamos por más: por la liberación nacional y social de nuestra Patria y nuestro Pueblo.