Derrota y futuro: algunas reflexiones para reconstruir el movimiento popular

Por Alberto Nadra

El resultado de las elecciones del 19 de noviembre supuso una derrota para el peronismo de centroderecha, pero, lamentablemente, también para todo el pueblo argentino, incluso para la parte de él que votó a La Libertad Avanza (LLA) a modo de castigo de la partidocracia liberal o de apuesta a superar la agobiante inflación y sus dramáticas condiciones de vida.

Sin embargo, las lecciones de la historia de nuestro país indican que, lejos de concretar esas expectativas, el programa de ajuste y represión con el que Milei amenazó explícitamente durante su campaña, y que ratificó como presidente electo, no tendrá más efecto que profundizar la miseria, la decadencia y la percepción de inestabilidad y precariedad económica, laboral e institucional de los argentinos. A la vez, su abrazo de la violencia, como discurso y como herramienta de gobierno, presagia medidas que pondrán en jaque los lazos que nos unen como sociedad.

Desde sus declaraciones y actos de campaña, Milei y su entorno apuntaron expresamente a identificar a un enemigo al que prometieron destruir. Sin embargo, la víctima de esa destrucción no será “la casta política” –que, de existir, paradójicamente incluiría a figuras claves de LLA electas para cargos de gobierno–, sino la Patria. La política de esta fuerza tendrá como objetivo y víctima a la mayoría de las mujeres y los hombres argentinos; a los niños, los jóvenes y los jubilados; a los castigados trabajadores informales y formales y a los productores nacionales. Lejos de traer paz y reconstrucción, la bronca de los argentinos –erróneamente orientada en sus votos del domingo– mutará en pesadilla y quizás se convierta en furia.

En las primeras jornadas posteriores a la elección, analistas apresurados –y, también, intencionados– afirman que nos encontramos ante un “terreno desconocido” o “inexplorado”. En las secciones siguientes, primero, explicaré por qué estas afirmaciones son falsas y buscan disfrazar de novedad, sentido común, natural devenir lógico o una suerte de solución mágica a medidas comprobadamente nocivas para los sectores mayoritarios de cualquier sociedad, incluso la argentina. A continuación, reflexionaré sobre algunas claves para entender lo previsible de la derrota del populismo peronista de las últimas décadas y, en particular, de la coalición de centrista cuya fórmula obtuvo menos votos el domingo pasado. En las secciones posteriores, también reflexionaré sobre la crisis de las posiciones de la izquierda y de sus estrategias de política y militancia. Finalmente, brindaré algunas sugerencias que –desde mi experiencia como militante y dirigente político– considero que podrían contribuir a la reconstrucción del movimiento popular, sobre la base de su reconexión con el pueblo y el desarrollo de la conciencia social y política en los diferentes niveles sociales.

El país de la opulencia jamás existió

Para entender por qué, consideremos la voluntad, que ha expresado Milei, de retrotraer las condiciones económicas de la Argentina a las del siglo XIX, cuando, afirma, el país fue “el más rico del mundo” y “la primera potencia”. Sin embargo, en el siglo XIX, la Argentina estaba lejos de ser la potencia próspera que ensalza Milei. Su modesta economía agroexportadora no lograba ser independiente de los vaivenes climáticos y de las economías europeas. A la vez, a diferencia de lo que sucedía con esas economías, que eran verdaderamente ricas en el siglo XIX, su alto PBI per capita escondía una profunda desigualdad social, sostenida por gobiernos autoritarios que mantenían la apariencia republicana mediante elecciones caracterizadas por la violencia y el fraude.

En este sentido, un trabajo de investigación del historiador Ezequiel Adamovsky sostiene que “hacia mediados del siglo XIX los más ricos en la región pampeana gozaban de ingresos hasta 68 veces más altos que los de los más pobres. Para 1910, esta brecha se había ampliado fabulosamente hasta alcanzar un diferencial de 933”. 

Ese diferencial, que ahora Milei quiere reproducir en favor de los grupos económicos que sostienen su gobierno, se basó en el saqueo de las riquezas naturales, el sangriento robo de los territorios de los pueblos originarios y la superexplotación de la mano de obra nativa e inmigrante, en una Argentina en la que el desarrollo económico se limitaba a Buenos Aires, en desmedro del resto del país.

Con el correr de los años, la violencia institucional orientada a mantener ese status quo –de riqueza de unos pocos basada en la explotación desigual de la mayoría de los argentinos– fue cobrándose miles de personas injustamente apresadas, asesinadas y desaparecidas. Cabe recordar las masacres de los indígenas, como la de Napalpí; el aplastamiento de las huelgas obreras, como la de Vasena en la “Semana Trágica” o la de la “Patagonia rebelde”; el bombardeo a la Plaza de Mayo; la represión de las huelgas y protestas sociales a través del Plan Conintes y el plan de exterminio que la última dictadura militar utilizó para aplastar a la creciente y radicalizada movilización popular de las décadas del 60 y el 70.

La Argentina nunca fue un país de opulencia y, de hecho, las políticas económicas que se adoptaron durante los años que ensalza Milei fueron el puntapié inicial de la decadencia en la que todavía se encuentra nuestraeconomía. Este fenómeno se profundizó con decisiones posteriores, pero, sobre todo, se agravó durante los cuatro ciclos de políticas neoliberales que se aplicaron en los últimos 50 años; esto es, el de la dictadura cívico-militar de 1976/83 y, en democracia, durante las gestiones de Menem, De la Rúa y Macri.

De modo que, reitero, no hay nada “inexplorado” o “desconocido” en las propuestas que hacen Milei y su entorno. En todo caso, lo desconocido es el desenlace. Lo desconocido es cuál será el destino de la Argentina gobernada por una fuerza política que amalgama todo lo antipopular, todo lo violento, todo lo doloroso de la historia argentina; a saber, la economía neoliberal y el conservadurismo moral del núcleo “político” de la LLA, unidos al fascismo dictatorial del partido militar al que pretende resucitar.

Una derrota previsible

Para entender por qué era previsible la derrota del domingo, no tiene demasiado sentido detenerse en las inexistentes virtudes de la campaña de Milei y, menos aún, en la “culpa” de sus votantes. Más bien conviene dirigir la atención a los motivos por los que el movimiento popular fracasó, pese a la emocionante entrega de la militancia de varios de sus sectores.

Uno de esos motivos fue el contexto de la tutela del FMI, el 140% de inflación anual, casi la mitad de la población bajo la línea de pobreza, en la informalidad y precariedad laboral, y con una indigencia que no para de crecer. Estas condiciones, que sin duda exacerbaron el descontento y la desesperación ante la falta de oportunidades, fueron herencia de la gestión neoliberal de Macri y se acentuaron con la pandemia y una sequía histórica, en un país en el que, aún hoy, la agroexportación es esencial.

No obstante, el modo en el que ese contexto pudo alimentar el hartazgo, y hasta la violencia, de amplios sectores de la población es tributario del vacilante gobierno encabezado por Alberto Fernández; por ese elenco de funcionarios acorralados por su estéril reformismo, incapaz de enfrentar el boicot y la desestabilización del privilegio para avanzar en cambios de fondo. 

Aun los sectores más avanzados de ese elenco se rehusaron a avanzar hacia una sociedad postcapitalista. La propia vicepresidenta reiteró, en más de una oportunidad,  que “el capitalismo [ha demostrado ser] el sistema más eficiente y eficaz para la producción de bienes y servicios que necesita la humanidad”. De este modo, el gobierno del Frente de Todos sembró las semillas de un fracaso que queda en línea con el destino histórico de los populismos tímidos en nuestro país y en Latinoamérica.

Es hora de matizar el entusiasmo por “la razón populista de Laclau” con una dosis mayor de espíritu crítico. En sus versiones contemporáneas, el resurgimiento de “el pueblo” como sujeto de transformación político-social despertó la esperanza y dio lugar a gobiernos que mejoraron las condiciones sociales, pero que, al mismo tiempo, no quisieron o no lograron concretar cambios estructurales necesarios para lograr una transformación socio-política. Los gobiernos populistas de las últimas décadas han cedido frente a la desestabilización y el boicot con los que reacciona el poder económico cuando se rozan sus intereses. El conjunto de “medidas-parche” que resulta de estas concesiones no termina de traer los cambios que el pueblo reclama y, en cambio, se convierte en la semilla de la derrota de los propios gobiernos que las adoptan, a través del desprestigio y el debilitamiento.

Al no concretar las medidas necesarias para que “la crisis la paguen los que la generaron y lucraron con ella”, la vacilación de los últimos gobiernos populistas facilitó el ascenso al poder de una fuerza que encarna lo peor de nuestro pasado e inicia el quinto ciclo neoliberal en cinco décadas.

Ese plan económico es la versión original de aquel que hoy pretenden aplicar Milei y su equipo, con medidas que harán que seamos la mayoría de los ciudadanos los que terminamos pagando la herencia macrista. No será “la casta” y, definitivamente, tampoco quienes generaron la crisis y lucraron con ella. Lejos de saldar la deuda que asumió el macrismo, Milei va a agravarla, al tiempo que les otorga oportunidades, ventajas y beneficios a los sectores más privilegiados, que son los que sostienen su gobierno.

El presidente electo y su entorno utilizan la innegable realidad de la corrupción impune y la ineficiencia de sectores del Estado para poder definir a las inversiones estatales –inversiones que están concebidas como herramientas para fortalecer a toda la nación argentina– con el término “gasto”. Ayudado por la innegable connotación negativa del concepto, agita el odio de la sociedad hacia la misma idea de Estado, en lugar de promover la responsabilidad y la rendición de cuentas en esas estructuras, que son claves, no solo para un gobierno republicano, sino para el propio crecimiento económico que tanto afirma buscar.

El desprecio, desarme y vaciamiento del Estado también encubre el objetivo de desarticular cualquier plan de desarrollo y fortalecimiento del capital humano, de los propios mecanismos de promoción democrática y freno al autoritarismo. También, el objetivo último de rematar del patrimonio y los recursos de riqueza y soberanía nacionales, el despojo de los trabajadores, de los pequeños y medianos productores nacionales y el empobrecimiento del campo y las ciudades. Las superganancias del bloque dominante no provendrán del ínfimo costo de “la política” –apenas, un 0,75% del PBI–, como agita el presidente electo, sino la entrega de los bienes y las oportunidades de todos los argentinos.

La izquierda en el movimiento popular

¿Tiene razón, Álvaro García Linera, cuando afirma que nos encontramos ante una larga etapa de victorias y derrotas sucesivas, pero de corta duración? No lo sabemos.

Pero cabe preguntarse, también, si la dirigencia del movimiento nacional insistirá en transitar entre la obsecuencia y los superficiales pasajes de factura por la derrota, como en su momento rechazó toda advertencia calificándola de “fuego amigo” que “le hace el juego a la derecha”– o si, en cambio, modificará la conducta que nos ha traído hasta este punto.

 En otras palabras, los actuales liderazgos, o los que están surgiendo, ¿actuarán como si las batallas se ganaran –o se perdieran– solo en los pasillos del Congreso y en las oficinas de los operadores de la partidocracia liberal? ¿Seguirán apostando, infructuosamente, a lograr resultados sin ganar la calle, sin acercarse al pueblo, sin hacer que los argentinos sean protagonistas de las transformaciones que necesitan?

Como alguien, lúcidamente, apuntó en estos días, para enfrentar este tiempo, será necesario componer nuevas canciones y no aferrarse a la reivindicación de viejos éxitos. La base teórica de la izquierda, con la que me alineo, va más allá y sostiene es preciso cambiar de género musical; de sistema, para ser más claro. La justicia social y la real igualdad de oportunidades solo llegan con el fin de la explotación de unos hombres por otros hombres y, para acercarnos a ese fin, es preciso encauzar el hartazgo popular hacia un horizonte postcapitalista. 

Sin embargo, no se llega a este destino sin un proceso de concientización y conciencia social, de apropiación, por parte del pueblo, de estos objetivos que la lógica superestructural del capitalismo distorsiona para que perciban como ajenos a ellos y a cualquier apuesta exitosa al futuro. Infelizmente, en este contexto, la persistente orfandad de teoría y práctica revolucionarias ajustadas a los tiempos que corren ha dejado a la izquierda aferrada a consignas que han quedado desactualizadas y fuera de contacto con la realidad social. Sus dirigentes oscilan, impotentes, entre la depresión y la socialdemocracia tibia, entre la autoflagelación y un anhelo de radicalización que ha devenido abstracto.

De este modo, la dirigencia trotskista local hoy convoca a la calle en defensa de los derechos cercenados o por cercenarse, pero, en su mayoría, descuidó a esos derechos con una neutralidad suicida frente al avance del neofascismo; una neutralidad de la que, significativamente, no se hizo eco una gran parte de sus seguidores. Desde hace años que no puede salir de la agitación parlamentaria de sus propuestas reivindicativas, pero sin traducción de las “grandes ideas” a medidas concretas y, sobre todo, sin concepción y actuación organizada de masas. Tal vez persiste, entre sus dirigentes, la antigua y estrecha mira de un crecimiento partidario que, finalmente, le permita incidir en la realidad.

Una nueva estrategia global

La nueva estrategia que han diseñado las derechas del mundo para acceder al poder ha combinado un discurso de rechazo a “la política” con el uso de herramientas partidocráticas para la construcción de alianzas y de recursos políticos para el gobierno. Pese a lo contradictorio de la combinación, la estrategia de las derechas ha sido efectiva para que las mayorías de varios países –al que se sumó recientemente la Argentina– las hayan legitimado mediante los votos.

En esa efectividad tiene un rol importante el oportunismo de los grupos de poder de derecha para estimular y aprovechar la desinformación y falta de educación política y económica de sociedades que están fragmentadas. Las sociedades están crecientemente integradas por individuos desencantados con las clásicas estructuras de socialización y compromiso –especialmente, movimientos y partidos políticos– y, por lo tanto, alejados de ellas y aislados en sí mismos o sus grupos de pertenencia, concretos o virtuales. Los movimientos de derecha aprovechan esta falta de cohesión social y, en ocasiones, también la ignorancia de su público, para lograr un mayor control y manipulación de sus opiniones y decisiones.

En el contexto local, los partidarios de LLA promueven la violencia y el terror en diferentes ámbitos discursivos, que incluyen las redes sociales. Se convoca a “cazar zurdos”, “peronchos” y a “los K”, al tiempo que el ex presidente Macri no se ruboriza al utilizar el calificativo deshumanizante de “orcos” para cualquier argentino que se oponga a las futuras políticas de gobierno y reclame por sus derechos. A renglón seguido, apoya y reivindica la promoción de la violencia con la advertencia –hacia los opositores/“orcos”– de “pensarlo bien”, pues “los jóvenes” que votaron a Milei “no les van a permitir” ningún reclamo. Los medios para frustrar los reclamos se dejan en un suspenso que se traduce en una amenaza velada.

Ante estas circunstancias, es necesario que el movimiento popular no caiga en provocaciones, pero, al mismo tiempo, sí esté preparado para impedir que lastimen impunemente a sus militantes. En este sentido, sería suicida volver a subestimar –como sucedió en los 70– el poder represivo estatal de la ultraderecha en el poder, que ya anunció, por boca de Milei, que reprimirá “toda resistencia” a sus planes.

Sin embargo, es imperativo que el movimiento popular diseñe una estrategia propia, también global, para resistir el avance de las derechas y, finalmente, lograr imponerse en las urnas. La táctica clave de esta estrategia es la construcción de un gran frente democrático antifascista, integrado por los distintos componentes del movimiento nacional. La izquierda debe integrar este movimiento, y hacerlo sin perder su identidad o su objetivo último de un gobierno socialista, pero con la disposición y la flexibilidad necesarias para consensuar, con otras fuerzas, planes y acciones concretas que le permitan acercarse a ese objetivo.

Antiguas y nuevas respuestas: el necesario abrazo entre generaciones militantes

Aunque no soy un teórico ni un experto en la práctica política, mi experiencia me conduce a afirmar que hay mucho del pasado militante de mi generación que mantiene vigencia y que podría interactuar con los aportes de las nuevas en un proceso de negación y recreación que desemboque en una nueva síntesis, más efectiva y adaptada a la coyuntura que enfrentamos. En este sentido, desde hace algunas décadas, –pero, especialmente, a partir de 2003 y, casi desesperadamente, frente al silencio de la dirigencia de entre 2015 y 2019– vengo sosteniendo que:

  • Es preciso que el campo popular argentino se una en un frente político programático y orgánico. Descoordinadas y aisladas, sus fuerzas no serán capaces de incidir en las disputas cotidianas de la sociedad, y deberán conformarse con la efectividad limitada de la acción en las coyunturas electorales. En la medida en que la intervención en la cotidianeidad es el medio por el que el político puede acercarse al pueblo, y transmitirle sus propuestas de reforma y gobierno, conformarse con la efectividad electoral supone conformarse con una mínima expresión de la potencial capacidad del movimiento de incidir sobre la realidad.
  • La correlación de fuerzas no es un concepto estático y la historia argentina tiene numerosos ejemplos que muestran que es suicida desconocer esa correlación, pero adaptarse pasivamente a ella resulta fatal. Por ese motivo, cuando la correlación es desfavorable, como sucede hoy, para el campo popular, es preciso acumular la propia fuerza para desbalancearla a nuestro favor. 
  • Un verdadero frente popular debe apartarse del ejemplo fallido del Frente de Todos (FdT) y sus antecesores e institucionalizar la participación de todas las organizaciones políticas y sociales a través de la apertura y el mantenimiento de espacios concretos en los que sus opiniones y propuestas puedan ser oídas y tenidas en cuenta en la toma de decisiones.
  • También será clave que la institucionalización nacional de la participación de todas las organizaciones políticas y sociales pueda reproducirse en cada provincia, pueblo y ciudad. Con algo de tiempo, y acumulación de fuerza, el mecanismo también debería extenderse a los lugares de vivienda, de trabajo, de estudio o de acción de cada sector social, sindical, estudiantil, vecinalista, artístico, cultural, profesional y científico.
  • El amplio frente popular, con participación institucionalizada de todas sus fuerzas políticas y sociales deberá trabajar en conjunto para consensuar un programa de corto, mediano y largo plazo que sea la bandera bajo la cual se organicen, se reclamen, se exijan o se defiendan derechos y conquistas. 
  • En este sentido, sería esencial que los representantes del frente tuvieran presencia en cada uno de los espacios mencionados y, en ellos, convocaran, sin exclusión, a todos los grupos de interesados y fuerzas vecinales, sociales o políticas que existan, a fin de discutir, en conjunto, cada punto de ese programa programático que se ha consensuado. Una parte clave de esa discusión, sin duda, será su “traducción”, su “bajada” a la realidad concreta de los espacios donde se discute; mostrar el modo en el que cada propuesta beneficia al territorio, al sector o al vecino involucrado en la discusión. Solo a través de estas herramientas será posible concientizar social y políticamente a los ciudadanos, brindarles herramientas para la organización como pueblo e inspirarlos para que se movilicen de manera constante y permanente para luchar por sus derechos y defender sus conquistas.

En consonancia con el espíritu de estas reflexiones, las pongo a disposición de los camaradas y compañeros como un aporte a la discusión y la construcción de una nueva estrategia del movimiento popular. Lo hago con la esperanza de que, en una conversación dialéctica con las ideas de todos ustedes, podamos encontrar mecanismos útiles para interpretar y encarar una realidad diferente a la de nuestra práctica juvenil, con inéditos y masivos fenómenos tecnológicos, culturales y comunicacionales, a los que se necesita dar respuestas originales, pero sin descuidar las enseñanzas que nos transmiten la experiencia y la memoria social.

Es hora de abrazar a un fuerte relevo generacional, a nuevas épicas y nuevos liderazgos. Es hora de abrazarlos y acompañarlos por nuevos caminos que, espero, puedan guiarnos a concretar, juntos, lo que no pudimos “los setentistas”, ahogados en sangre y dolor.

El peligro es grande. Por eso, también es grande el desafío.

Para La Letra Ñ.

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