Un compañero acaba de publicar una foto de la primera marcha de las juventudes políticas: en 1982, cuando agonizaba la dictadura, fecha de la que en pocos días se cumplirán 30 años.
La imagen me sacude… Brotan furiosos, incontrolables, los recuerdos de aquellos jóvenes; muchos hace tiempo sonriéndonos o frunciéndonos el ceño “desde arriba”, según si nuestra vida se ha correspondido con el compromiso asumido en aquellos años de debates y acciones, donde todo –todo– se entregaba sin aspirar más que a ganar un futuro mejor para la Patria y nuestro pueblo.
Años, turbulentos, magníficos, aterradores, heroicos, irrepetibles.
La historia viene de antes de la foto que ilustra esta nota –la del recién nacido Movimiento Juventudes Políticas (MoJuPo)– y la evoco desde el corazón; sin apuntes, ni consultas, ni google…
Comienza en la década del 70 –meses después de que Lanusse se pusiera al frente de la Junta– cuando las juventudes de los partidos políticos populares –principalmente JP, FJC y JR– participaron de la llamada Marcha contra el Hambre: una batalla campal en las calles de Buenos Aires, convocada por la Intersindical (con Agustín Tosco a la cabeza), para repudiar a la dictadura. Dos años después, las juventudes volvieron a confluir para liberar a los presos en Devoto, luego del triunfo de Cámpora, aquella madrugada del 26 de mayo de 1973.
Hasta aquel momento la unidad –salvo en acciones concretas– de peronistas, radicales, comunistas, socialistas, intransigentes y democristianos era un imposible. Y mirada con más que mala cara por las dirigencias “adultas”, en la mayoría de los casos, por temor, sectarismo y conservadorismo.
Con la llegada de la primavera camporista se produjo una explosión de masas a partir de las actividades de las JP Regionales. En conjunto con la Fede y otras fuerzas movilizaban entre 50 y 100 mil personas, como por ejemplo, para el repudio al golpe de Estado contra Salvador Allende, o las modificaciones al Código Penal durante el gobierno del propio Perón.
Los carteles conjuntos JP/FJC no son una casualidad, ni están armados a gusto del fotógrafo: expresan la voluntad de unidad acuñada en el trabajo de años –1971 a 1976–, cortado a sangre y fuego, primero, por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y luego con el recrudecimiento del terrorismo de Estado con la última dictadura.
Pocas semanas después de concretado el golpe, un grupo de dirigentes de las juventudes de los principales partidos (sectores de la diezmada JP, JR, FJC, socialistas –”unificados” y “auténticos”–, democristianos de izquierda y la firme presencia de la Juventud Intransigente – que convocó a muchos perseguidos y les dio cobijo político) comenzamos una “loca” (dados el momento y las condiciones) escalada de reuniones clandestinas o semipúblicas (algunas en embajadas, otras en locales partidarios), que tuvieron en algunos casos graves consecuencias para los que participamos, pero en las que se lograron plasmar pronunciamientos conjuntos: el repudio al plan económico de Martínez de Hoz; la adhesión a la Central Única de Trabajadores Argentinos (CUTA); la libertad de los presos y el esclarecimiento de la situación de los desaparecidos.
Esa coordinación de juventudes fue el núcleo dirigente del impulso al renacer de los reclamos de los jóvenes productores (como se evidenció en los Encuentros de la Juventud de la Federación Agraria con centenares de delegados); de los obreros, protagonistas de los trabajos “a tristeza” en las automotrices o en el ferrocarril; de las revistas estudiantiles de los colegios secundario –de las que llegaron a distribuirse 4.000 sólo en la Capital Federal; de la reorganización de los centros estudiantiles, enfrentando a Moyano Llerena; de la destacada resistencia al cierre de la Universidad de Luján; y de las actividades en los clubes de barrio.
En 1979, se constituyó la inusitada Confluencia Multisectorial Juvenil por la Paz en el Beagle –con León Gieco cantando “Solo le pido a Dios” en Vélez, en el acto de cierre– cuando las dictaduras nos pusieron al borde de la guerra.
Las juventudes también organizaron marchas conjuntas por San Cayetano, con el movimiento obrero (la CUTA, los 25, la CGT de Ubaldini) por “Pan, Paz y Trabajo”, enfrentando la represión militar en minibatallas por todo el barrio de Liniers; la impresionante movilización con la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con miles de personas desafiando los Falcon, las fotos y las amenazas, en Avenida de Mayo al 760. Se formularon miles de denuncias, luego de formar centenares de comités partidarios de “recepción de denuncia y apoyo a los familiares”, y de que las juventudes políticas entregaran un documento conjunto y denuncias puntuales.
Ya antes, en 1978, se había constituido el Seminario Juvenil de la ADPH, que acuño la inmortal consigna-denuncia acerca de “el delito de ser joven”, pues los estudios realizados en plena dictadura demostraron que más del 80% de los desaparecidos eran jóvenes; la mayoría trabajadores, seguidos por los estudiantes.
Fuerzas conjuntas de dirigentes juveniles acompañaron, asimismo, a las Madres en sus primeras movilizaciones, recibiendo los gases con los que inútilmente pretendieron ahogar a las mujeres del pañuelo blanco. Luego, la movilización de la CGT a la Plaza el 30 de marzo de 1982, las banderas por “Malvinas sí, dictadura no” – producto de la marcha acordada en decenas comités conformados con reclamos y banderas propias en colegios, universidades, barrios, que fueron los mismos que concurrieron a repudiar al régimen luego de la derrota.
Sólo este recorrido explica el renacer del MoJuPo en 1982. Con algunos personajes que ahora pueden parecer sacados de otra historia, pero que eran los más jóvenes que surgían tras seis años de combate cotidiano; de la lucha de otros centenares de jóvenes militantes y dirigentes. Éstos últimos entraron a la dictadura con al consigna “Liberación o Dependencia”. La nueva generación relanzó el MoJuPo con esa misma bandera.
¿Era la apropiada? Son otras historias y requieren otras reflexiones. Hoy, ahora, sólo quiero recordar y saludar el casi desconocido heroísmo de la militancia cotidiana que compartimos en esos años terribles, sublimes, turbulentos, inolvidables, magníficos y aterradores. Irrepetibles.
Salud compañeros. A los que están y los que no están. A los que siguen adelante con las mismas convicciones, y aún a los que defeccionaron: yo los recuerdo a todos como eran. Como éramos. Más viejos; no necesariamente más sabios, pero con las convicciones intactas.