Hay ciertos libros que se escriben sólo con oficio, y hasta pueden ser entretenidos.
Hay otros libros que se escriben, además, con arte: pueden rozar la excelencia y hasta pueden despertar admiración y placer.
Pero hay otra clase de libros en los que el oficio y el arte se subordinan a los latidos de las venas del autor, porque las manos de ese mismo autor son las que escarban en la maraña apasionada de sus recuerdos militantes, descubriendo continentes hasta ahora no develados, luces que permanecían ocultas y que ahora alumbran lo mantenido en silencio, el camino recorrido pero jamás revelado.
Decir que esta última clase de libros divierten o admiran o dan placer, es una suerte de tilinguería que no estoy dispuesto a cometer. Secretos en Rojopertenece a esa estirpe de libros que abren cráteres en volcanes que no los tenían, generando energías centrífugas de las que el autor es un fenomenal cable de cobre, un conductor de electricidad en estado de gracia.
Y entonces se da la magia de los homenajes a los compañeros, las anécdotas impensadas, los dolores de las heridas, la dignidad y la terquedad de las banderas que no se arrían. Pero nunca en un plano único: son varias las dimensiones del relato, tantas que uno se ve tentado a meterse en los recovecos de las historias y hasta respirar el mismo aire que los personajes o estrechar sus manos que uno siente vivas.
Yo no vengo de la misma tradición política que Alberto Nadra: soy peronista desde que tengo uso de pasión. Es más, durante décadas nuestra tradiciones se miraron de reojo, se maltrataron, se incomprendieron, se insultaron y hasta alguna que otra barbaridad más que no es de caballeros recordar ahora.
Pero un día conocí a los Nadra.
Primero a Rodolfo, después a Alberto (tratándose de ellos, bien podría haber sido al revés, lo mismo hubiera dado).
Una potente conexión no sólo me unió a ellos, sino que me urgió a hacer algo juntos, algo lo suficientemente significativo que lavara los años de la distancias y de las disidencias. Y vaya si lo hicimos: no sólo militamos la democratización de la palabra en la Argentina, sino que vencimos le perversa tontera de estar en bandos separados.
Doy gracias a Dios por haberlos conocido.
Como doy gracias a Dios tener en mis manos y haber leído Secretos en Rojo. Un militante entre dos siglos. Ya dije antes que mi voluntad se ejercita desde hace años en eludir la zoncera de la tilinguería, por lo cual no voy a definir a la obra de Alberto Nadra con las lisonjas del medio pelo.
Diré, sí, y a viva voz, y a riesgo de ser reiterativo, que Secretos en Rojo es una montaña de energía.
Si usted, amigo lector, no tiene bien en claro qué cosa significa el concepto “imprescindible”, esa niebla se le disipará si abre la magia de este libro donde varias décadas de nuestra historia son relatadas con el entrañable matiz de lo vivido.
Esta obra me ha confirmado lo que ya sabía desde que conocí a los Nadra: también brilla el otro lado de la Luna.
Hugo Barcia, periodista y escritor. Autor de La Carpa de Alí Babá, El Dragón del Sur, y Las sombras cardinales de Porfirio. Subgerente de Relaciones Institucionales y Prensa de la TV Pública.