Todos los que apoyamos a Cristina y Néstor Kirchner por estar convencidos de que hoy son la mejor conducción posible para empujar un proyecto nacional y popular sufrimos una dura derrota en las elecciones del 28 de junio. No sólo en la provincia de Buenos Aires, sino en seis de los siete principales distritos del país.
Y utilizamos la primera persona del plural porque hemos fundamentado públicamente la necesidad de un voto de aval al rumbo iniciado en 2003 (pese a sus inocultables insuficiencias y errores) para enfrentar una clara ofensiva de la derecha, con su corrosivo ariete mediático, que dentro y fuera del justicialismo se recompone rápidamente a partir de un triunfo propio: el rechazo a las retenciones móviles en el Senado, simbólicamente concretado con el desempate de Cobos.
Al decir de Gramsci, la ofensiva logró la hegemonía en el campo ideológico; es decir, una clase o fracción de clase convenció a otras clases o fracciones de clase de que sus intereses particulares eran los intereses generales. En otras palabras, de que la voracidad de las patronales rurales eran los intereses de “los” argentinos; o del viejo argumento de que repudiar “el kirchnerismo” significa la defensa de la República, del diálogo y el consenso. De que “escuchar” es obedecer al pie de la letra los reclamos del privilegio, cebado como nunca con el apoyo electoral recibido por sus candidatos (que, sin embargo, no es automáticamente también un apoyo para su proyecto). La respuesta a la reciente convocatoria al diálogo de la Presidente muestra claramente la hipocresía y el descaro en la acción de los verbalmente constructivos planteos de estos sectores: no quieren dialogo, y menos aun debate de ideas. Lo que pretenden es que ESTE gobierno claudique y aplique SU programa antipopular, vieja maniobra que, cualquiera sea la forma en que se concrete, –muestra la historia– termina con el gobierno en cuestión aislado y fácilmente desplazable.
No vamos a enumerar las 50, 100, 200 razones/hechos por los que apoyamos la candidatura de Kirchner, que en distintas versiones circularon ampliamente por la red. No es el tema de esta nota.
Sí lo es que, de la misma manera que disimulamos muchas de nuestras conocidas críticas y reparos durante la campaña electoral en función del objetivo central de que no se produjera este avance de la derecha, ahora se impone comenzar a puntualizar algunos de esos cuestionamientos, pues sin su esclarecimiento, y deseable superación, será imposible plantear seriamente la sustentabilidad del proyecto nacional y popular.
Si bien es cierto que el gobierno acumuló enemigos por su aciertos, también lo es que perdió aliados y ganó adversarios por su errores. Los errores pueden ser corregidos; los aciertos deben se profundizados, y en ambos casos se requiere hacerlo con urgencia.
Partiremos de invertir analíticamente un aspecto del camino recorrido –la voluntad de la construcción de la fuerza política y social que sustente los logros obtenidos– y señalaremos retrocesos puntuales en la concreción de ese objetivo.
El inicial y audaz planteo de la “transversalidad”, en el sentido de convocar a una construcción plural que superara el clásico bipartidismo; desde el peronismo, convocar e incorporar a distintas corrientes del movimiento popular en un solo haz –tanto en sus expresiones partidarias como sociales– logró despertar un grado importante de entusiasmo. Entusiasmo que provino tanto de los jóvenes que se sumaron a la lucha social y política en estos últimos años, como a una quizá irrepetible cantera de cuadros formados en las difíciles décadas de los ‘60 y ‘70, con una extensa experiencia de militancia y organización; además portadores, en significativo porcentaje, de una sólida formación profesional, irreemplazables para encarar la tarea de la gestión pública, con eficiencia pero sin enfoques tecnocráticos, con clara proyección transformadora a favor de los intereses populares. Pero el planteo se enterró antes de nacer.
El pasaje a la Concertación Plural se desvirtuó para reducir su sentido inicial a un desordenado intento de apostar utilitariamente a la suma electoral de un sector de la otra pata del viejo bipartidismo, sin echar –pero también sin proteger– a los que en aras de los “objetivos estratégicos” asumieron ese nuevo enfoque. No fue superadora para la construcción del frente nacional; subestimó y dejó librados a su suerte a los mejores sectores que decidieron sumarse a la convocatoria, y asestó un golpe al proceso de construcción iniciado.
Al mismo tiempo, cobraban mayor protagonismo personajes de segunda o tercera línea que acabaron tomando decisiones de primera magnitud: digitando a quién se atendía y a quién no, qué propuestas eran dignas de ser escuchadas por la conducción del proceso, a quién se le ponía o se le quitaba la silla. Y empezó, tímidamente, la sangría. No sólo por derecha, como es muy cómodo señalar ahora para liberarse de responsabilidades, sino por izquierda: de quienes reclamaban la participación y el protagonismo prometido, incidir en las decisiones que se asumieran, defender y profundizar lo conquistado y enfrentar la furiosa contraofensiva del privilegio. La situación llegó a su punto máximo de exasperación con la 125, a lo que favorecieron los graves errores de implementación y construcción de acuerdos que favorecieran el perfeccionamiento de la norma, que Diputados mostró posible.
La composición social y política de la Concertación Plural, y la metodología de construcción que predominó, no podía resistir semejante realineamiento de fuerzas en la lucha por la distribución del ingreso, en la cual no pocos estaban del otro lado de la trinchera, y estalló en mil pedazos, con justicialistas incluidos, mucho antes del voto “no positivo” de Cobos.
Desde entonces, se profundizó el alejamiento de la convocatoria original, y se avanzó en lo que se simplificó como “la pejotizacion”. Néstor Kirchner se puso al frente del PJ –objetivamente trató infructuosamente de manejar el PJ bonaerense– y el resto de la construcción política que se jugó por la transversalidad, o la concertación, quedó abandonada a su suerte, sin los mínimos contactos políticos y organizativos, salvo la atención dispensada a cuentagotas para algunos que construyeron buena parte de su inserción social al calor del impulso desarrollado desde 2003.
Se produjo un retroceso liso y llano. La sangría esta vez fue escalonada, pero seria y –al margen de no compartir muchos enfoques de los que se alejaron (centralmente la siempre frustrada ilusión de construir alternativas al margen o aún en contra del peronismo)– no se puede decir que lo hicieron por “derecha”: la valoración de los avances del gobierno estuvo claro en la mayoría de los que desertaron hacia otros espacios, pero cuestionaron metodologías de construcción y conducción que no se correspondían con la magnitud de la tarea para la que se los convocó; y reclamaron por temas –recursos naturales, transporte, ley de entidades financieras o reforma tributaria, para citar algunos—con los que es difícil no coincidir.
Sin duda la derrota electoral sería menos dura –tendría menos de tristeza y desazón y más de esperanza y convicción– si ese 32% obtenido lo fuera por una fuerza homogénea, una suerte de “núcleo duro” de la población jugado por “el modelo” de justa distribución de la riqueza, con eje en la recuperación del salario real, del rol organizador y constructivo del Estado, de producción con la vista fija en el mercado interno como motor de las transformaciones de fondo y el margen de exportación con valor agregado. Esta claro que no es así. No solamente perdimos votos y fuimos derrotados, sino que tenemos enemigos de ese proyecto dentro de “nuestras filas”, a la vez que muchos de los que están dispuestos a jugarse por él (y acreditan una historia de compromiso y de lucha en ese sentido) migraron a otras construcciones que dispersan la fuerza para impulsarlo. Ni que hablar de todos aquellos que, con todo tipo de miedos y vacilaciones, podríamos ganar para apoyarlo, al menos electoralmente.
Ahora bien, si coincidimos en que la ofensiva de la derecha –la que presenta como propios y en bloque todos los votos no “kirchneristas”– tiene como origen y objetivo barrer con los aciertos y aprovechar los errores y limitaciones de este gobierno, tenemos que coincidir en que no viene para revertilo una parte de los aciertos sino todos; e incluso para arrancar de cuajo cualquier intento de avanzar en temas centrales para un cambio de fondo en el país.
Por eso, más allá de las diferencias, hacemos un llamado a las fuerzas que no votaron a los candidatos oficialistas por considerar agotado este proceso: debemos defender lo obtenido, que es patrimonio del movimiento popular. Y tenemos que hacerlo porque ya hay claros retrocesos.
Porque, producto del envalentonamiento de los sectores retrógrados enquistados en la justicia, hay una ofensiva para frenar el proceso de juzgamiento de los crímenes de la dictadura militar: ya no se conforman con trabar los juicios al terrorismo de Estado, sino que buscan consagrar jurídicamente la impunidad.
Porque se plantea concretamente una agenda parlamentaria que revise las retenciones y la estatización de los fondos de los aportes jubilatorios, con el doble objetivo de recuperar instrumentos de concentración-apropiación de la riqueza y desfinanciar al Estado.
Porque la UIA se ha sumado al reclamo de los grandes grupos monopólicos, que aumentan precios y rechazan los reclamos salariales, a la vez que exigen flexibilización laboral, distintas formas de suspensiones y despidos; para que la crisis la paguen íntegramente los trabajadores, no cediendo un ápice de sus rentas extraordinarias.
Porque en política internacional han pasado de machacar contra el corazón del proceso de integración latinoamericana, que tuvo su punto culmine en Mar del Plata con el rechazo al ALCA de Bush y el impulso al Mercosur y la Unasur, a cuestionar el firme compromiso por la democracia en Honduras. Ya no sólo utilizan como espantapájaros intimidante las relaciones con Venezuela o con Cuba, sino que bajo el manto de “la oportunidad” del viaje presidencial, pretenden rebajar el grado de rechazo a un golpe de Estado que, de afianzarse, servirá como globo de ensayo para maniobras desestabilizadoras, sin descartar acciones de bandas criminales y aún golpistas en todo el continente.
Pero nuestra convocatoria es también de cara el futuro: para impulsar la aprobación sin concesiones a los monopolios mediáticos de la nueva ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que reemplace a la de la dictadura. Además, habrá que luchar por una nueva ley de Entidades Financieras que haga lo propio, así como privilegiar una política cultural integral al servicio del proyecto nacional y popular. Y, por supuesto, retomar con toda fuerza la reestructuración progresiva del reparto federal de los recursos nacionales, la decisión de poner el transporte al servicio de todos los argentinos, uno de cuyos pilares son los planes de reconstrucción ferroviarios, la captación de la renta minera, petrolera, pesquera y del juego, la recuperación paulatina de los recursos naturales, la ratificación de la ley de glaciares, para dar algunos ejemplos.
No hay donde retroceder. Algunos compañeros golpeados por la derrota y, a nuestro juicio, mellados por la prédica del adversario, plantean la inconveniencia de encarar algunos de estos debates que “no están en la agenda de la gente”, porque “nos pueden aislar” y encima “le damos más argumentos” a la ofensiva derechista. No coincidimos.
A nuestro juicio, el silencio es el mejor camino hacia la derrota segura; al menos en este nuevo intento de recomponer un proyecto nacional y popular, sostenido por una fuerza política y social que, insistimos, no sólo no ha sido construida, sino que estamos muy lejos de lograr. El debate del cómo, el cuándo y quiénes, es el que se impone sin ninguna demora, pues no admite atajos mediáticos ni ya alcanzan los meros gestos. Se necesita autentica voluntad de cambio y diálogo, comenzando por los propios aliados del movimiento nacional y popular –tantas veces sometidos a un inexplicable destrato–, pues si uno no quiere, dos no pueden, más allá de convicciones y esfuerzos propios.