Comparto con los amigos del blog la desgrabación de mi intervención en el Encuentro de Partidos Populares y Movimientos Sociales del continente, realizado el 27 y 28 de abril para debatir la “Crisis internacional y alternativas populares en América Latina”.
Es una alegría poder encontrarnos nuevamente, cambiar ideas, animarnos a diseñar políticas comunes entre los partidos políticos populares del continente, pues estoy convencido que en los nefastos años de dominio ideológico del neoliberalismo estuvimos lejos, más allá de aportes dispersos, de ponernos a la altura del aporte teórico, de la búsqueda de consensos y acciones coordinadas que los tiempos exigían.
Más allá del nivel de acuerdo que alcancemos, es francamente alentador estar con los compañeros de los países hermanos que nos acompañan, y por supuesto los de la propia Argentina, con quienes encaramos un camino que no es lineal, pero que recorremos con la convicción de que debemos fortalecer el campo nacional y popular, y en concreto empujar los ejes del rumbo emprendido en la Argentina a partir de 2003.
Para entrar en el tema del Encuentro, quiero compartir con Uds. la lectura de unas pocas líneas: “No cabe duda de que las mil libras esterlinas que uno deposita hoy en A pueden reinvertirse mañana y constituir un depósito B. Al día siguiente, remitidas por B, pueden formar un depósito C… y así hasta el infinito. Y las mismas mil libras esterlinas en dinero pueden multiplicarse de tal manera, por medio de una sucesión de transferencias, en una suma de depósitos absolutamente infinita. Es posible, entonces, que las nueve décimas partes de todos los depósitos del Reino Unido no tengan otra existencia aparte de su registro en la contabilidad de los banqueros, respectivamente responsables por ello”.
Más allá de las cifras que descubren en parte el paso del tiempo, pocos podrían imaginar que esta definición es parte de los apuntes con los que luego Federico Éngels dio forma definitiva al capítulo XXV del tercer tomo de El Capital de Carlos Marx, publicado después de su muerte en 1883. Bajo el título de Capital ficticio, ya marcaba la tendencia, que ha sido permanente en el desarrollo del capitalismo, del uso y el abuso del capital especulativo.
Ya lo han dicho los compañeros de Venezuela y Cuba: para plantearnos alternativas a la crisis actual, primero debíamos definir de qué crisis estábamos hablando, y es nuestra opinión que no es solamente financiera o bancaria, ni siquiera sólo económica, como se pretendió simplificar en la reciente reunión del G-20, sino energética, alimentaria y ambiental, dado el rumbo depredador del sistema. Como lo desarrolló ampliamente el representante del PI, la crisis tampoco es simplemente cíclica, de las que habitualmente desarrolla el capitalismo. Aquí se ha coincidido en que estamos ante una crisis general del sistema capitalista a nivel planetario, la que, a nuestro juicio, pone en riesgo la propia sustentabilidad de la humanidad en su conjunto.
Personalmente quiero profundizar en esta definición porque entiendo que cuando caracterizamos una crisis como sistémica es necesario precisar que se manifiesta brutalmente lo que habitualmente permanece oculto en las relaciones de producción capitalistas: esto es que la producción de los bienes y de la riqueza de la humanidad es siempre social y su apropiación es siempre privada. Esta es la contradicción fundamental del capitalismo, que se asienta en la propiedad privada de los medios de producción y que, con el desarrollo de las sucesivas crisis y los acomodamientos, fue dando como resultado un retroceso cada vez mayor del sector productivo y el avance del componente financiero y, dentro de este último –en esta etapa– del capital especulativo.
No es una casualidad que la crisis haya estallado en los Estados Unidos y en el sector especulativo (las hipotecas sub-prime). Hace 30 años que viven a costa del ahorro y el crédito externo. Primero al violar de hecho los acuerdos de Bretton Woods que impusieron el dólar como moneda única internacional, sobre la base de su convertibilidad con el oro, y –cuando el engaño de la emisión sin contrapartida metálica se hizo insostenible– Nixon decidió unilateralmente el fin de la convertibilidad, con lo que mantuvo la maquinita de fabricar billetes y letras con las que EE.UU. ha financiado sus déficits a costa de la humanidad, es decir a su complejo militar industrial y las guerras de rapiña y agresión que lo mantienen fuerte y poderoso, pero que provocan el 80% del déficit público.
Posiblemente Marx no hubiera imaginado en su tiempo los extremos especulativos a los que hemos llegado ahora. Esta relación entre bienes reales (fábricas, casas, campos) y bienes simbólicos o ficticios (dinero, letras, hipotecas), que no debería sobrepasar la relación de 3 ó 4 por 1, y que al momento de la crisis había llegado a 20 por 1. Es decir que por cada dólar respaldado por bienes reales que circulaba, la timba internacional, on line las 24 horas, hacía circular 19 sin ningún respaldo. Dicho gráficamente, la relación entre una pelota de básquet y una de golf.
Como más de una vez ha señalado nuestra Presidenta refiriéndose al modelo de los ‘90, creían que el dinero produce dinero. Pero no. Lo que produce son ganancias extraordinarias y salvajes para el sector financiero especulativo que está hegemonizando el capitalismo en estos momentos, al tiempo que descarga la desocupación, la precarización del trabajo y en definitiva el hambre de millones de hombres y mujeres en el mundo.
En última instancia, algo que los economistas neoclásicos omiten, y aún algunos “progres” que solemos leer también eluden: la política es economía concentrada y en el centro de todos los problemas está el problema del poder. Por eso Estados Unidos impuso sus condiciones, cedió o las multiplicó según la relación de fuerzas. Nosotros no podemos pensar más que en estos términos, en términos de poder, porque es la única manera de construir una perspectiva nacional y popular transformadora, a nivel nacional y continental.
Esta disputa no va a ser fácil ni corta. Tengamos en cuenta que, cuando se produce la crisis de 1873 (colapso de la Bolsa de Viena, precedida por una burbuja especulativa de tierras en París luego de las exigencias alemanas a Francia después de su derrota en la guerra franco-prusiana, y otra especulación de tierras en EE.UU. después de la Guerra Civil, con eje en la traza del ferrocarril) se tardó veintitrés años en salir, casi hasta el final del siglo XIX.
De la crisis de 1929 -que para nosotros es muy ilustrativa porque es de la que más se habla- se tardó diecisiete años en salir. Debemos plantear también una polémica que es importante: no es cierto que se superó con la receta keynesiana. Obviamente que las medidas keynesianas fueron imprescindibles y un instrumento importante para desarrollar el proceso económico, dentro de un modelo productivista que no prevalece en el actual capitalismo, mediante la intervención del Estado y la obra pública. Pero nos parece necesario detenernos en una repetida tergiversación: la salida jamás se hubiera logrado sin la II Guerra Mundial. De hecho, fue la II Guerra y la posterior reconstrucción de Europa y Japón (vía Plan Marshall) lo que permitió poner en marcha el aparato productivo estadounidense, pero esa es otra historia.
Es decir que el enfoque que afirma que con el keynesianismo (o con el neokeynesianismo) vuelven el equilibrio capitalista y la justicia es, como mínimo, riesgoso, lo que no implica desconocer que tenemos recetas mucho más agresivas y destructivas que impulsa el establishment.
Una es la que están aplicando los señores del poder económico mundial, socorriendo a los que generaron la crisis con esta ayuda a bancos y a financieras que, posteriormente, premian con millones de dólares a los personajes que dirigieron la catástrofe. En cambio, ¿por qué no estatizar, y a la vez dinamizar la producción, para que por lo menos hagamos menos pesada la carga de los sectores populares, y pasada la crisis, revalorizadas las acciones que hoy se compran a un valor depreciado, recuperar algo de lo robado?
También escuchamos o leemos en nuestros esclarecedores medios de prensa -o medios de comunicación concentrados- que esta es una crisis más, que se resuelve con la vieja máxima de Joseph Schumpeter, aquel economista austríaco que -miren si será cruel el término y el proceso que describe- acuño la definición de destrucción creativa, necesaria cuando se acumula demasiado valor simbólico. En ella, el mercado premia a los mejores, castiga a los ineficientes que no han sabido ponerse a la altura de las circunstancias de la revolución científico-tecnológica y pone las cosas en su lugar quemando esos valores ficticios. Pues bien, lo primero es falso. El mercado no premia a los eficientes: premia solamente a los poderosos. Este es un concepto central para el análisis político y las alternativas que nosotros podemos plantear en América Latina.
Perdonen si, enfrentando estas dos brutales propuestas del capital, insistimos con una nueva crítica al keynesianismo, pero sucede que entusiasma a a muchos amigos en el continente, los que desgraciadamente pierden de vista dos fenómenos novedosos pero decisivos.
El primero parte de la creencia de que estos cambios de matriz permiten resolver algunas de las crisis del capitalismo. Durante la revolución industrial se reemplazó a la mano del trabajador por la máquina; hoy la revolución científico-tecnológica no sólo produce el reemplazo de la mano sino también del cerebro humano mediante la informática. Es decir que la capacidad de generar puestos de trabajo industrial incorporándolos a la producción en un esquema de apropiación privada de las ganancias se ha frenado, la producción social es cada vez menor, generando menos plusvalía. Si toda crisis es, en principio, una crisis de superproducción, da lo mismo que el detonante sea industrial o financiero. La crisis de superproducción también podría llamarse crisis de subconsumo, porque se produce cuando la oferta supera a la demanda, o enunciado de otro modo, cuando los potenciales demandantes no tienen el dinero suficiente para comprar lo que necesitan. Dicho sea de paso, el problema del subconsumo podría resolverse en buena medida si los dineros de los rescates se distribuyeran entre la población mundial para que pudiera gastarlo a voluntad. Pero el capitalismo prefiere mantener el subconsumo mediante bajos salarios y financiar la reconversión del aparato productivo. La paradoja creciente es que los bajos salarios permiten extraer poco jugo del trabajo, es decir que cada vez hacen falta más dólares para crear un empleo del que extraer plusvalía, lo que golpea particularmente a las Pymes, agudizando la concentración.
Como fuere, la tendencia del capitalismo al desempleo y a la precarización tiene que estar en el centro de nuestras preocupaciones. El modelo fordista-taylorista que impulsaba la industrialización no es la tendencia actual que podemos esperar para el desarrollo y para las supuestas correcciones que produzca el capitalismo en el mundo, ya que el capitalismo industrial ha perdido el comando, que ahora está en manos del capitalismo financiero. Por eso es tan peligrosa, al margen de buenas o malas voluntades, la seducción del canto de sirena del keynesianismo en este aspecto.
El segundo fenómeno que se requiere –como ya le exigió a los Estados Unidos durante el New Deal- es un déficit fiscal muy importante durante por lo menos cinco años. Y lo grave, lo impracticable, es que EE. UU. se permita un déficit fiscal mayor durante ese tiempo, por la sencilla razón de que el que ya tiene es gigantesco, 80% del cual, como dijimos, es generado por el complejo militar-industrial. Por eso, en la Cumbre de las Américas (que no será tal hasta que Cuba ocupe su lugar) de Trinidad y Tobago, Obama muestra un rostro cordial y hasta humilde, pero lo vemos poco apurado en retirarse de Afganistán o de Irak, Y francamente vemos improbable que, si realmente lo deseara, pudiera resistir semejante presión, por lo que nos parece más probable que vaya cediendo, para finalmente entonar, con distintos acordes, la misma melodía que Bush. El aparato militar-industrial es el corazón del poder estadounidense, principal sospechoso del asesinato de John Kennedy, quien pretendía evitar la guerra de Vietnam, ese formidable negocio.
Desde que se nos murió el viejo topo de la historia, el futuro está abierto para todas las posibilidades, incluso las peores pesadillas. Lo que se viene es una fuerte presión para aumentar la desocupación, precarizar el empleo, reducir los salarios reales, y ni que hablar del futuro combate, que en otras partes del mundo ya se está dando, por los recursos naturales. Para nosotros, la verdadera alternativa pasa por el derrocamiento del poder exclusivo de los oligopolios, el cual es inconcebible sin, finalmente, su progresiva nacionalización democrática. No estamos hablando del fin del capitalismo, más allá de nuestros deseos. Creemos en cambio que son posibles unas nuevas configuraciones de las relaciones de fuerzas sociales que obliguen al capital a ajustarse a las reivindicaciones de las clases populares y los pueblos.
El compañero uruguayo señalaba, con razón, que Immanuel Wallerstein estimó que el estallido de esta burbuja y esta crisis llevaría todavía un tiempo, pero también lo es que Samir Amín la predijo para el cortísimo plazo. Es justamente Amin quien reafirma que en los países del Sur, la estrategia de los oligopolios mundiales lleva consigo volcar el peso de la crisis sobre los pueblos: desvalorizar sus reservas de cambio, bajar los precios de las materias primas exportadas y encarecer los precios de los productos importados. Y esto impondrá a los gobiernos que plantean rumbos nacionales y populares definirse (lo que no implica caer en la vieja trampa exportar-importar tal o cual “modelo”), pues creemos que, en nuestra región, o se profundizan los procesos o se corre el riesgo cierto del estancamiento, y aún del retroceso, bajo la brutal presión de la derecha.
Al mismo tiempo la crisis ofrece la ocasión del renacimiento de un desarrollo nacional, popular y democrático autocentrado, que someta las relaciones con el Norte a sus exigencias, esto es, la desconexión, siempre en las condiciones concretas y las relaciones de fuerza propias de nuestros países, pero conscientes de que es prioritario construir la fuerza política y social que necesitamos para enfrentar semejante desafío.
No dudamos que parte de esa construcción implica profundizar en temas –que no voy a desarrollar ahora– como oponer a la globalización la regionalización e integración (desarrollar el ALBA, el MERCOSUR, el UNASUR, incluida la elaboración de una concepción propia de la defensa continental y mecanismos como la desdolarización del comercio exterior); la absoluta prioridad del mercado interno sobre el externo, siempre con sesgo de incorporación de valor agregado a las materias primas; una dirigencia condicionante, conciente de su papel transformador de nuestros países y del continente, frente a una dirigencia condicionada (por las nuevas oligarquías, al estilo la patronal rural argentina, los separatistas bolivianos o los golpistas venezolanos, además de los mascarones de proa del imperio como la colombiana) y el fortalecimiento del papel del Estado, tema que será tratado en un panel especial de este Encuentro.
En este cuadro, con la hegemonía cultural de las clases dominantes, las cuñas que la dictadura y el neoliberalismo dejaron en la conciencia popular, es central seguir planteando la batalla ideológica, y en nuestro caso, al menos, la necesidad de una sociedad de nuevo tipo, post capitalista, que todavía creemos que será una sociedad socialista, convencidos de que el socialismo jamás ha sido aplicado en este planeta, al menos si lo entendemos no solamente como la propiedad estatal de los medios de producción sino como la propiedad social de los mismos, con participación popular, democracia plena y autogestión.