La Unión Europea inició hace dos décadas cambios estructurales que provocarían regresiones en el equilibro económico y social de posguerra. Caído el comunismo, y el consecuente temor occidental, la próxima víctima sería el estado de bienestar, que fue un producto de ese temor. A veinte años de la caída del muro de Berlín dos crisis diferentes condensan hoy aquellos cambios, anuncian el entierro de la justicia social y advierten, por si hiciera falta, que la socialdemocracia tambalea porque no ofrece alternativas al neoliberalismo.
El origen de esas crisis está en la paulatina subordinación de la producción al capital financiero, consecuencia de la expansión incesante del déficit estadounidense financiado con emisión. A principios de los 80′ Ronald Reagan eliminó las regulaciones que controlaban a Wall Street y les dio piedra libre a los especuladores; después Europa lo imitó. Un tercer afluente de dinero fueron los petrodólares, producto de la cuadruplicación del precio del petróleo entre 1973 y 1975. Esta suma de contribuciones permitió reunir la enorme masa monetaria que se utilizaría para prestar o especular.
El ejemplo más claro es que en 2008, cuando estallan las hipotecas sub-prime en Estados Unidos, por cada dólar de valores reales (edificios, autos, alimentos) había en circulación 20 dólares de valores simbólicos (préstamos, títulos, acciones, bonos de deuda, etc). Esta relación de 20 a 1 muestra la dimensión de aquel sometimiento y revela que el primer paso de la globalización fue mundializar los mercados financieros.
La segunda crisis fue provocada por el endeudamiento público que, traducido en déficit crónico, terminó desbordando la relación entre deuda y PBI. Con subterfugios y ocultamientos algunos gobiernos europeos se las arreglaron para eludir las restricciones presupuestarias incluidas en el Tratado de Maastrich, y las deudas se dispararon. Con varios países al borde del default, ese desbalance arrastró al euro y generalizó la crisis.
Sobre Europa pende ahora una espada de Damocles que no sólo apunta al cuello de los menos competitivos como Grecia y Portugual, entre otros, y a los intermedios como Italia y España, sino que afectará también a Alemania, Francia e Inglaterra, las mayores economías de la zona. El torniquete a los PIGS y a los medianos fue decidido por el FMI, que es el estado mayor de la gran banca, pero el ajuste de los grandes será autoinfligido para evitar males mayores.
La primacía del capital financiero sobre la producción, así como el descontrol de las deudas y los déficit públicos –que son caras de la misma moneda– confluyeron para redondear algo más que un negocio formidable. En Wall Street saben que en definitiva no son las armas ni la tecnología ni las multinacionales los que manejan el mundo, sino quienes controlan las deudas de los países.
Ambas crisis se asociaron con las viejas recetas de ajuste para armar el escenario perfecto que le permitiera al gran capital embestir contra los programas sociales. Esto provocará una regresión irreversible de la calidad de vida porque esos recursos serán utilizados por los gobiernos para rescatar acreencias devaluadas en poder de los bancos. La otra parte saldrá de la emisión de deuda nueva, lo que augura la continuidad del negocio. Paradójicamente, esa formidable suma de dinero ayudará a capear la crisis generada… por los propios especuladores. Es que el capitalismo también tiene su lógica, aunque no se basa en el sentido común ni en la justicia.
Las sociedades no merecen que los gobiernos afronten con dineros públicos los quebrantos bancarios provocados por las deudas impagas, las hipotecas devaluadas y otros activos tóxicos, que son el resultado de una especulación desenfrenada. Y menos que lo hagan a costa de la seguridad social. Pero la banca es el mandamás del capitalismo y en consecuencia cobrará, sí o sí, por lo cual el consumo sufrirá y aumentarán los impuestos. Todos perderán, unos menos, otros mucho, pero no la gran banca, que ganará otra vez toneladas de dinero.
Por si esto fuera poco, los principales bancos privados del mundo lavan el dinero sucio de la evasión impositiva (3 billones de dólares/año), del tráfico ilegal de armas (1,5 billón) y de la venta de drogas (1 billón), que son los tres mayores negocios ilegales del mundo. Estos 5,5 millones de millones de dólares son el corazón negro del capitalismo. La comisión de la banca por el servicio de lavado es del 16 por ciento. Haga la cuenta, amigo lector, y piense que esto es apenas la frutilla del postre.