2019: Después de las presidenciales

Algunos compañeros prefieren no festejar la derrota de Macri: les robó la alegría el preocupante 40% que votó por quienes destruyeron la economía, hipotecaron el país, y sumieron en la pobreza a millones.    

 Otros, dan por ciertas maniobras fraudulentas, en base a los antecedentes de 2015 y 2017 y la escasa probabilidad de una migración de votos a favor de Cambiemos como la que pretende el escrutinio provisorio  de Smartmatic: no solo de los sufragios que el macrismo captó desde la centroderecha al neofascismo, sino de los que en las PASO había logrado el trotskismo, que los números impiden pensar fueran hacia la formula ganadora.     

Pues bien, durante mis años de militancia muchas veces lamenté que no el 40%, sino más del 90% de mis compatriotas dieran la espalda a una alternativa socialista, e incluso un porcentaje importante avalara con su acción o su silencio que se encarcelara y asesinara a quienes proponíamos cambiar este injusto sistema capitalista.    

En los breves, y condicionados, momentos en que hasta 1983 pude vivir aperturas democráticas, también enfrenté maniobras de proscripción y fraude desde los partidos mayoritarios hacia sus opositores, más impune con los que éramos abiertamente marxistas.     

Sin embargo, el dolor ante la persecución, la bronca por el fraude o la frustración e impotencia de sentirme en minoría, casi aislado, no me llevaron a pretender reemplazar esa “falsa conciencia” ciudadana por la acción directa de los que nos considerábamos esclarecidos. Aunque, debo reconocerlo, estuve más de una vez al borde.     

Tampoco, y esta tentación jamás me rozó, usurpar la categoría de los trabajadores y explotados, para insistir en planteos irrealizables, que huérfanos de base solo llevan a la frustración de las luchas populares, como es el caso del trotskismo nativo.     

A esta altura de mi vida y de mi militancia, estoy convencido que no se trata de irritarse con la realidad, sino de intentar comprenderla tal como es, para tener alguna posibilidad de transformarla.     

En esa búsqueda, observo una derrota de la actual expresión del modelo neoliberal, en retroceso parcial, pero con su capacidad de acción intacta. “Se van” sus actuales protagonistas, pero queda firme su anclaje en el “sentido común” y la base político-clasista que lo sustenta.     

La derrota neoliberal es fruto de una lúcida lectura de la muy desfavorable relación de fuerzas que enfrentaba el campo nacional y popular, y la decisión estratégica de optar por una muy (pero muy) amplia alianza político y social, que sintetizó en la formula Fernández-Fernández la voluntad de evitar la profundización de la catástrofe, pero que en su interior contiene fuerzas y protagonistas con marcadas diferencias acerca del camino a recorrer.     

Apenas producido el resultado de las PASO, se desató una fuerte ofensiva para condicionar con “buenos modales” al candidato del Frente de Todos, combinada con una abierta presión que, al ser electo, se convierte en acción predominante.     

Valen como ejemplo las veloces visitas “de cortesía” de los grandes empresarios al “bunker” de San Telmo y los encuentros logrados por la Sociedad Rural y la patronal ruralista, o los claros intentos de seducción de las expresiones mediática del privilegio.     

La amabilidad formal post-PASO vino unida a la clara amenaza con que respondieron a cada expresión transformadora de parte de dirigentes, y hasta simples simpatizantes de la alianza.

No perdonaron que Felipe Solá insinuara la necesidad (apenas la necesidad) de un Estado alerta ante los ruinosos manejos de los grandes exportadores de granos. Se indignaron por la reivindicación solitaria de una reforma agraria por parte de Juan Grabois. Transformaron en atentado contra la República la respetable propuesta para cambiar el ineficiente y parcial sistema judicial, realizada por Mempo Giardinelli, a la vez que condenaban por anticipado cualquier intento de reforma constitucional progresiva. Sobreactuaron la preocupación ante una inviable “Conadep del periodismo”, término con el que Dady Brieva expresó su indignación por las mentiras de la prensa canalla.     

Hacia adentro de la alianza será necesario polemizar con quienes pretenden, una y otra vez, reducir el frentismo a una sola expresión del movimiento nacional, lo sectarizan y omiten que en su seno anidan corrientes de carácter antipopular.     

Pero, sobre todo, habrá que comprender que la necesidad de ampliar el acuerdo electoral permitió incorporaciones que presentan posiciones encontradas, las que pueden disimularse en lo táctico, pero surgirán ante definiciones estratégicas.     

Hay “sapos” tragados silenciosamente, pero cuya digestión se verá amenazada en tanto y en cuanto pretendan forzar el deslizamiento del movimiento nacional del centro a la derecha, a transitar por supuestas avenidas del medio. Quienes subestiman la persecución política del macrismo o avalan la infame detención de Milagro Sala, buscarán imponer sus posiciones en cuanto a cómo encarar la deuda externa y superar la crisis económico-social; acerca de quién y cómo deberá pagarla; o el alcance y protagonistas de la integración regional y nuestra posición ante el cuadro internacional.     

El resultado electoral mejora la desfavorable relación de fuerzas, pero no la invierte.     

Plantea, al mismo tiempo, una disputa dentro de la alianza que será gobierno, y de éste con el establishment que combinará la feroz defensa de sus privilegios con el condicionamiento y la presión para desviar el rumbo.     

Para volver, y ser mejores, se impone impulsar la construcción de núcleos de poder popular en las barriadas, los lugares de trabajo y estudio.     

Se comparta o no este enfoque, se lo crea viable o una ilusión voluntarista, la disyuntiva se plantea entre resignarnos a observar el desenlace con esperanzada expectativa, o impulsar el más amplio protagonismo popular, al que se apeló entre 2003 y 2015, pero poco se organizó.
     

Las condiciones para hacerlo son menos favorables que entonces, pero por eso mismo su necesidad es mayor.

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