Las crisis capitalistas pueden originarse en una guerra, en una catástrofe o en un colapso de superproducción, o bien, como ocurre desde 2008 (con origen en 1982, cuando Ronald Reagan desreguló las actividades especulativas) por la hegemonía del sector financiero sobre el productivo.
Hay crisis y crisis. Las economía de Irak, como antes la vietnamita, la coreana y la argelina fueron llevadas a la ruina por sus guerras de liberación, ya que ningún país de la periferia está en condiciones de financiar un enfrentamiento que dure varios años. El caso más notorio es el de la propia Europa, que en las tres décadas que transcurrieron entre las dos guerras mundiales perdió la hegemonía que ostentaba desde que nació el capitalismo en la Edad Media.
Las catástrofes son siempre una amenaza, ya sean espontáneas (huracanes, tsunamis, terremotos) o inducidas (explosiones nucleares, guerra bacteriológica). Sus efectos se vieron en Hiroshima y Nagasaki.
Otra forma de crisis son los colapsos de superproducción, que ocurren cuando la demanda no pude consumir todo lo que la oferta produce. Entonces comienza una serie de reacciones en cadena que termina en quiebras generalizadas y desempleo masivo. Así se inició la crisis en 1929, resuelta por EEUU con la súper demanda que provocó la II Guerra Mundial, y continuada después en el Plan Marshall, que posibilitó la reconstrucción de Europa y aseguró las exportaciones estadounidenses por tres décadas.
Otra forma de crisis se origina en el sector financiero, y ocurre cuando una serie de grandes inversiones especulativas se desmoronan por falta de pago. Así ocurrió también en 1929, con la caída de los valores de las acciones tras una feroz especulación bursátil en Wall Street, y en 2008 con las hipotecas sub-prime, cuyo derrumbe afectó a la industria de la construcción en Estados Unidos y finalmente provocó la quiebra de Leman Brothers. Los bancos tienen desde entonces una cartera de miles de viviendas impagas que hoy valen la mitad, es decir que si las vendieran (algo que no harán por ahora) no podrían recuperar lo prestado.
Una vez desatadas, las crisis del capitalismo actúan como los incendios forestales. Son enormes hogueras donde se queman los valores simbólicos, ficticios, puro papel pintado, para devolverle la supremacía a los capitales físicos, productivos, reales. Al momento de estallar la crisis actual, hace cinco años, el globo de la especulación (dinero, acciones, bonos, títulos de deuda, derivados) había alcanzado los mil millones de millones de dólares, es decir veinte veces el Producto Bruto Mundial, un despropósito que reclamaba un incendio purificador. Una relación normal entre dólares de producción y dólares especulativos es de 1 a 3, a los sumo de 1 a 4; nunca de 1 a 20.Como la naturaleza, al ser depurado de sus partes secas o inservibles el capitalismo se renueva y comienza un nuevo ciclo basado en la supremacía de la producción, el empleo y el consumo. El sistema tiene una lógica de hierro: sin trabajo no hay plusvalía; sin plusvalía no hay ganancias y sin ganancias no hay capitalismo. Por eso, todo lo que atente contra el empleo y el consumo a la corta o a la larga será removido, al menos parcialmente.
Dos factores complican ahora una tradicional salida keynesiana de la crisis, es decir que no basta ya con un fuerte aumento de la inversión estatal para obtener la recuperación del empleo, las ventas y las ganancias, y así reiniciar el círculo “virtuoso” de acumulación del capital basado en la producción industrial y agraria y en la plusvalía del trabajo.
Uno es el avance de la tecnología. Hoy la producción puede crecer sin que aumente significativamente el empleo, y por ende hace falta más dinero que antes para generar un puesto de trabajo. Además, los capitales requeridos para reponer los empleos que destruyó la crisis son hoy muchos mayores que en 1929, ya que aquella población de 4,5 mil millones de personas devino en esta de 6,5 mil millones.
El segundo factor es que la receta keynesiana, consistente en reemplazar la inversión privada con dineros públicos, que fue funcional al capitalismo industrial de 1930 y de post guerra, ya no lo es al capitalismo financiero del siglo 21. No hay keynesianismo posible sin grandes déficit en los países centrales (para finanaciar la inversión pública), pero el problema es que EEUU ya tiene un gran déficit y al presidente Obama le resulta cada día más difícil convencer al Congreso para que aumente el techo de la deuda, como se ve en estos días. En 2009 la Casa Blanca quiso salvar a la Chrysler pero el Capitolio se opuso y la empresa, un ícono de Detroit, paso a manos de la italiana Fiat. Este año quebró el municipio de esa ciudad; una metáfora de la crisis.
La Unión Europea ha fijado un límite de 3% del PBI para el déficit de los estados miembros, pero el déficit de EEUU no tiene límites, ya que se origina en la supremacía militar y consecuentemente de la política guerrera, y se financia con la emisión de moneda mundial (el dólar). Tras la II Guerra Mundial los EEUU intervinieron sucesivamente en Corea, Vietnam, Afganistán, dos veces en Irak y otra en los Balcanes. Aproximadamente una guerra cada diez años.
La tecnología bélica de punta, la industria espacial asociada y los grandes costos que genera el área de Defensa le permiten a EEUU mantener esa supremacía, que es estratégica y por lo tanto irrenunciable, aunque su costo es descomunal: el 65 por ciento del déficit estadounidense es generado por el aparato militar-industrial y la enorme estructura defensiva, en la que actúan, por ejemplo, unas 1.200 agencias de seguridad nacionales, estaduales y distritales, la gran mayoría de las cuales mantiene varias oficinas en el extranjero.
Por eso no extrañó que, a poco de asumir, un presidente negro convalidara al frente del Pentágono al mismo hombre que designara su antecesor blanco, un tal Bush. No obstante las promesas de campaña, Obama resolvió quedarse en Afganistán y nadie sabe cuándo se irá de Irak. Ni siquierqa levantó Guantánamo, la isla-prisión que mantiene en el sur de Cuba. Más allá del color de piel del presidente, en Washington, como en el viejo Far West, siguen mandando las armas.
La receta europea ante la crisis
Esta nueva crisis del capitalismo golpeó muy fuerte en Europa, es decir que sentó las bases para una transformación radical de sus estructuras productivas, tecnológicas, salariales, de asistencia social, etc.
Es un hecho que, para recuperar competitividad industrial, las burguesías europeas necesitan con urgencia reducir la brecha salarial que mantienen con los países emergentes, particularmente con China e India, y también reducir el outsorsing (la salida de capitales productivos con destino a esos y otros países que pagan salarios mucho menores), así como recortar severamente los costos del llamado estado de bienestar. Un tercio de los gastos totales promedios de la UE tienen (en realidad, tenían) ese origen. Ocurre que el welfare state ya no responde a una necesidad de las burguesías europeas. Fue creado por las socialdemocracias tras la segunda guerra mundial para frenar el avance soviético sobre Europa. Dejó de ser necesario tras la caída del muro de Berlín.
La crisis será la herramienta principal de las burguesías para llevar adelante esas transformaciones, que empeorarán las condiciones de vida de los europeos. También será mantenido el euro, otra herramienta restrictiva que les impide a países como España e Italia, por ejemplo, tener una moneda nacional (otrora la peseta y la lira) que eventualmente les permitiera devaluar. El euro genera una especie de convertibilidad compulsiva en todo el sur de Europa. Y lo maneja Alemania en alianza con Francia. Inglaterra (que no entró en la eurozona) mantuvo la libra esterlina y puede aplicar la política monetaria que más le convenga en cada situación.
Se sabe, desde Marx, que las crisis generan concentración de capitales. La actual no será la excepción. Apenas dos ejemplos entre centenares: el grupo editorial Prisma, dueño del diario El País, cadenas de radios y canales de televisión en España, ha sido vendido a un consorcio anglo-norteamericano. En Italia, el Inter de Milán fue comprado por un millonario hindú.
La crisis y el euro se llevarán puesto los buenos salarios y medio siglo de desarrollo social europeo, pero la prensa mundial no habla de ello, mientras que la local ni siquiera entiende lo que pasa. Da lo mismo, porque si entendiera tampoco lo publicarían.