Rubén Poggioni en el recuerdo

RUBEN POGGIONI, 20 años, acribillado a balazos el 2 de junio de 1974  por un grupo perteneciente a la Triple A, cuando junto a otros compañeros de la Federación Juvenil Comunista, se encontraba en la localidad de Boulogne, provincia de Buenos Aires, realizando una pintada y pegatina de carteles que celebraban el 10º Congreso Nacional de la Fede. 


Tres sujetos, que se desplazaban en un Peugeot 403 negro, y portaban pistolas calibre 45, se detuvieron en la calle Adler y balearon al grupo de compañeros; uno de ellos, Jorge Ramos, quedó herido de gravedad. Rubén, estudiante de electrónica y trabajador industrial, fue herido de muerte. Si bien la actividad estaba autorizada en otros lugares, y porque pegaban carteles relativos al mismo evento, fueron arrestados siete militantes de la FJC. 


No conocí a Rubén. Tengo siempre presente su imagen en los periódicos partidarios, y el grito ensordecedor en el Luna Park, gritando “Rubén, Poggioni, te vamos a vengar, con 100.000 afiliados en el Frente Popular”. Mi compañera en esos días, miembro de la JP Tucumana, la de mis amigos del alma, Ismael Salame y Carlos “Nalla” Salim”, miraba impactada la multitud, con su poncho rojo, con la franja negra. Era el primer caído de la Fede en manos de la Triple A, que había desatado un verdadero baño de sangre, donde las principales víctimas eran nuestros compañeros de la JP Regionales, y sus organizaciones de base.


La consigna era la justa, sin duda. Nosotros mismos la habíamos iniciado., Sin embargo, algo nos decía que la Justicia no llegaría, y una idea rondaba nuestras mentes, sabiendo que no habríamos de concretarla.


Sin embargo, en esos mismos momentos, camaradas del Partido iniciaban una meticulosa investigación, luego una búsqueda, y tal vez Justicia. Una Justicia de la que nadie hablaría nunca, aún si hubiese sido lograda.


No conocía a Rubén. Pero siempre será mi camarada, pues ese lazo no lo marca el carnet que ya no tengo.Pero si conoció a Rubén Ana María Etlis, su novio de aquellos años tremendos. Es ella, junto  su hermana, Lili, las que tienen la palabra.

Rubén tenía una personalidad particular: Una forma diferente de cómo comunicarse con el mundo, poco usual. Recurría a los gestos como puntos de apoyo, le daban seguridad. Sus movimientos eran armoniosos siempre. Sus temas principales giraban alrededor de la termodinámica, la antimateria y, cuando estaban mis padres compartiendo “su” ritual: té con limón, las charlas interminables alrededor de cómo cambiar el mundo para que sea mejor y el gran tema: la revolución.


Ese día, el 2 de junio del 74 era, además, muy frío y gris…con tonalidad plomiza…El cielo iba a romper en llanto; el “otro” clima que se vivía en el barrio era, recuerdo, la escases de productos de almacén (palabra casi arcaica). Pero el té y el limón siempre estaban. Tenía una posible justificación: Rubén venía de una familia italiana, de Arezzo, sus padres siempre hablaban de ese lugar como el paraíso perdido…montañas, mucho aire y amor…Arezzo….Rubén tenía esos genes.


El limonero de su casa funcionaba como un monumento simbólico compartido. En el reverso del árbol estaba el cuartito donde había construido una increíble Torre Eiffel para un trabajo práctico del secundario. Era perfecta, soldada con finos alambres de bronce y cobre. En la parte de arriba del comedor había una biblioteca muy bien cuidada, entre los libros estaba el famoso de John Reed: “10 días que conmovieron al mundo”, texto que amaba y que se lo había regalado a Ana, su compañera y mi hermana.


Ese preciso 2 de junio, la muerte nos besó en la boca a los compañeros que estaban haciendo una “pintada” en Boulogne. La AAA lo había destruido con un balazo en su cuerpo.


(Día frío y gris….muy gris)
Dolor y muerte, no nos imaginábamos la que se venía….
Doña Rosa y Don Nicola, sus padres, fueron también los míos luego del asesinato. Siempre esperaban la llegada de Rubén, a pesar de su muerte. Toda su familia amplificó la mía: Juan, el hermano y las hijas que muchos las conocíamos por aquella foto que siempre llevaba en el bolsillo de la campera.


La diferencia entre la creencia o no de su muerte, se vio sacudida por interrogantes y negociaciones. No podíamos creer el “ya no está más”. “El arma no funcionó…”, “¿quién es responsable?” ¿Se inició el juicio a través de la Liga? Todas las argumentaciones que rodearon estos 40 años se asimiló como se pudo, de distintas formas: la bronca, el llanto, la ira, la búsqueda de justicia, el borrazo, las ausencias, las miserias humanas y la potencia del recuerdo.


Cuando se cumplieron los 10 años sacaron el mástil que se había colocado sobre la calle Ader, fue en el gobierno de Alfonsín, se decía que “molestaba”. Luego plantamos un árbol, un hermoso fucus, también lo sacaron el anteaño pasado porque impedía el paso de los coches hacia la entrada de una empresa.

A pesar de los devenires de la vida, siempre colocábamos una flor o una planta y llevábamos marcadores para escribir: ¡¡“Rubén Presente”!! Además de los trámites burocráticos en Página 12 por el “recordatorio” ya que sólo publicaban gratis los que desaparecieron a partir del 76.


Sus padres ya no están, su hermano con la familia se fueron a Córdoba con el cuerpo de Rubén incluido.


Con los años una aprende lo que es la memoria colectiva. ¿Cómo se construye? De a poco…


A pesar de todo llegamos a estas 4 décadas con la memoria.


¿Podemos agregar, sacar, tachar, etc. para que este recuerdo quede más vivo que nunca en este escrito?


Para los que estuvimos muy cerca de Rubén Poggioni, a 40 años de su asesinato, propongo agregar lo que conocen de él como otra forma de hacerlo presente ya que no se pudo, por diferentes situaciones, colocar la baldosa en fecha.


Espero que podamos resignificar su muerte creando nuevas formas de memoria.

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