Intocadas, como su recuerdo en estos cinco años, comparto estas lineas del 31 de marzo de 2009, que sintetizaron y sintetizan mi pensamiento.
Alfonsín, solo Alfonsín, su muerte y el dolor mayoritario de la gente de a pie dominan hoy los matutinos, incluso los que durante su gobierno, y sobre todo en su resistencia a las políticas de los ’90 fueron clasistamente crueles con él, criticado más por sus aciertos que por sus errores.
Estas líneas rinden hoy un insuficiente pero urgente homenaje al Presidente que garantizó la transición democrática, un político de una generación de militantes y estudiosos que ponían el cuerpo para defender sus ideas –que siempre fueron la de un capitalismo más justo, sea esto posible o no– y, quizá más allá de todo eso, un gran ser humano, especie casi en extinción en lo que hoy suele definirse con poca rigurosidad académica como “clase política”, categoría que lograba sacarlo de sus casillas.
Quien esto escribe aprendió a respetar a ese hombre afable, de tremendo carisma y calidez (pero de fuertes convicciones que podían estallar en fastidio) en más de una conversación con las juventudes políticas durante la dictadura, para coordinar acciones por los presos y desaparecidos, algo que Ricardo Balbín y la mayor parte de la dirigencia política peronista, desarrollista, socialista o democristiana jamás aceptó, por temor o incluso conformidad con la “limpieza” genocida. Fui, sin embargo, un duro y quizá visto a la distancia exagerado, opositor del político ya Presidente, aunque no me faltaran razones, que alguna vez el propio Raúl me otorgó.
Habíamos llegado al golpe de 1976 con la consigna “Liberación o Dependencia” y con ese horizonte salimos de él, sin ver que el mundo había cambiado. Todo lo que hacia Alfonsín nos parecía insuficiente, vacilante, inaceptable, frente a un proyecto emancipador que considerábamos a la orden del día, aunque no supimos ver que las relaciones de fuerza en el país y en el mundo habían cambiado: los movimientos de liberación nacional, salvo notables excepciones, se extinguían, o se corrompían; entraba en crisis el sistema del llamado “socialismo real”, estábamos en medio de la “crisis de la deuda”, con tasas de interés astronómicas, y en el mundo ya campeaba la “revolución conservadora” de Thatcher y Reagan, cuyas semillas fueron sembradas en nuestra tierra por la dictadura, pero florecieron plenamente con el menemismo.
Recordando aquellos días de ira, donde don Raúl fustigo a la organización a la que yo pertenecía por habernos deslizado demasiado a la izquierda, yo le respondí personalmente que “Nos ve muy a la izquierda, porque él se corrió a la derecha”. No fue justo. Se lo confesé ante su mirada risueña en los años del “exilio” al que lo sometió la “prensa independiente” y el establishment por ser un férreo y fundamentado crítico IDEOLOGICO y POLITICO del neoconservadurismo, publicando un libro demoledor contra la “contrarrevolución” derechista en el mundo: “Democracia y Consenso”. Fue en esa ocasión que me pidió que participara en la mesa redonda para presentarlo en la Feria del Libro. No pude dejar de advertirle: “Raúl, sobre la Obediencia Debida, el Punto Final, el Plan Austral o el Primavera, no puedo dejar de volver a criticarlo…” “Decí lo que quieras” me interrumpió, y así fue, aunque parafraseándolo, “no le fue tan mal…”
Porque aún en la crítica no fue lo mismo una política de derechos humanos que se inició con la CONADEP y el Juicio a las Juntas, con condenas y procesados, mientras nuestros vecinos avalaban la amnistía (Uruguay), ignoraban el tema (Paraguay y Brasil) o directamente aceptaban de comandante en Jefe del Ejército, y senador vitalicio, al terrorista Pinochet (Chile), con militares que resistían los juicios refugiándose en cuarteles comandados por los asesinos y torturadores, en uno de lo cuales se intentó asesinarlo mediante una bomba, que una política de impunidad que mediante el indulto de Menem liberó a decenas que ya estaban entre rejas y recién con la actual gestión, los que no están ya muertos, comienzan a volver al lugar del que jamás deberían haber salido.
Porque no fueron lo mismo las concesiones de la “economía de guerra” que la entrega del patrimonio nacional, la ruina de miles de productores de la ciudad y el campo o el arrasamiento del salario y las conquistas obreras de Menem.
Porque no fue lo mismo acusar a Estados Unidos de intervencionista en Granada y Nicaragua en las narices de Ronald Reagan en conferencia de prensa conjunta en los jardines de la Casa Blanca, armar el grupo de Contadora para proteger al sandinismo sitiado o el Grupo de los 100 para seguir Viviendo, en defensa de la paz mundial, o las bases de la integración regional con el Mercosur, que las “relaciones carnales” con EE.UU.
“Tuve que hacerlo. Me toca pagar el precio a mí, como ya fue y parece va a seguir siendo”, me dijo una tarde en su departamento de Santa Fe, a metros de Rodríguez Peña, mientras Margarita Ronco traía un té para la incipiente ronquera que lo molestaba, cuando me explicaba el Pacto de Olivos: Menem ya había decidido, y tenia la media sanción en Diputados y mayoría en el Senado, aprobar solo la cláusula reeleccionista, mientras la negociación y el acuerdo permitió introducir muchas de las propuestas que el multipartidario y multisectorial Consejo para la Consolidación de la Democracia, bajo la batuta del brillante Carlos Nino, propuso para una reforma constitucional bajo su mandato.
Estaba triste. Las condenas, ya que no críticas, eran impiadosas, de la derecha a la izquierda, aunque ésta suele olvidar que la iniciativa contra “el pacto”, que en principio gozó de simpatía en la población, fue comandada por el mitrista matutino La Nación, que bramó por el intento de “modificar el espíritu liberal” de la Constitución de 1853 y Alsogaray, para quien “con cambiar en el Congreso el artículo que impide la reelección basta”. Además de la inefable derecha radical, lo herederos de Alvear (al estilo Cobos, que lo condenó más de una vez en público) que siempre lo odió porque del “krausismo” había pasado a una clara posición socialdemócrata.
Pocos saben de esos días oscuros en que Alfonsín fue aislado en su propio partido, por convicción u oportunismo. Pocos de su tarea invisible, pero firme, para enderezar el rumbo de la Alianza mientras era despreciado y “ninguneado” por Fernando de la Rúa y el “Chacho” Álvarez, que comandó el regreso de Cavallo al gobierno, entre una amplia caterba que ahora llora con oportunistas lágrimas de cocodrilo. Casi nadie conoce su aporte secreto a la “gobernabilidad” del país luego del “que se vayan todos”, acordando con peronistas y otros partidos vías de salida a la crisis.
Alfonsín no fue el “padre de la democracia”, porque la democracia tuvo muchos padres, y sobre todo muchas Madres. Pero lucho por ella en la dictadura cuando muchos callaban y encontró la forma, su forma, de ser el garante de la transición democrática, lo que lo ubica para siempre en la historia grande de los argentinos. Su tan minimizado “Con la democracia se come, se cura, se educa” mantiene absoluta vigencia. Porque todavía la republica argentina no es una república democrática, porque no lo será mientras no coman, se curen y eduquen todos los argentinos.
Esa es la disyuntiva, no la falsa “República o autoritarismo” que nos quieren vender, ahora también con la avalancha oportunista de medios “independientes” y fracasados opositores que descubren ahora la histórica prédica de Alfonsín por el diálogo, su definición de que la democracia es conflicto, pero también consenso, su reivindicación de los partidos políticos para tratar de armar una suerte de contraposición entre sus ideario y el “autoritarismo” y “autismo” de “los” Kirchner.
Tampoco Alfonsín era “agua de pozo” cuando había que defender sus principios. Lo hizo jugando su libertad, su vida, y luego su “capital político”, sabiendo que muchas veces no sería comprendido. Es inaceptable –y nos comprometemos firmemente a combatir y denunciar con nombre y apellido cada intento—que pretendan utilizarlo, levantando y vaciando sus conceptos los que, como la Sociedad Rural, contribuyeron al armado de el “golpe de mercado” que lo sacó “escupiendo sangre” como se vanagloriaban. O los que solían reírse, cuando no ignorarlo simplemente. Incluso algunos de sus ahora compungidos correligionarios, cuando lo “desapareció” la prensa, salvo para calumniarlo o aún caricaturizarlo, cuando muchos radicales lo dejaron solo o, peor aún, se sumaron al coro de condenas por esas mismas definiciones, y el pecado mayor del que no hablan: pretender cambiar, a su modo y con sus límites, el modelo de rapiña y dependencia y, en el llano, ser la voz la más fuerte y autorizada de las poca voces que condenamos el neoliberalismo y el neoconservadurismo en los años del discurso único.
Sin ocultar nuestras profundas diferencias, que él era el primero en respetar, pero también muchos y profundos acuerdos, y el respeto por el estadista, el hombre y –¿porqué no, pese a la diferencia de edad que nunca me hizo sentir?—el amigo, le digo, con los míos, adiós Raúl.