Marxista visceral, parafraseando a Saramago, vengo de una tradición política que siempre condenó la violencia ejercida por grupos, pequeños o grandes, que pretendían –o creían poder– reemplazar al pueblo, que organizado y consciente debe elegir el tipo de sociedad en la que vivir, pero también resistir los atropellos, el desconocimiento de los derechos adquiridos y la represión.
Al mismo tiempo sostuve, y sostengo, como lo prueba la historia, que SIEMPRE es la violencia de arriba la que provoca la violencia de abajo. En estos 15 meses SE HA DESATADO UNA VIOLENCIA INUSITADA CONTRA EL PUEBLO: robo a los más pobres para enriquecer aún más a los poderosos; quiebra de la industria, de los pequeños y medianos productores y comerciantes; brutal intento para desmantelar nuestros avances en ciencia y tecnología, es decir de nuestro sueño de ser un país soberano e plenamente independiente; despidos, suspensiones alimentando sin piedad la angustia en cada hogar; burla abierta al Congreso y la Justicia, con la complicidad de no pocos de sus integrantes, por lo que tenemos la tan cacareada República en terapia intensiva.
También el abierto negacionismo sobre el plan sistemático de exterminio dictatorial, y hace pocas horas, con el 2×1, la provocaciones cortesana a las víctimas del genocidio, las mismas que asombraron al mundo al no producir NINGÚN HECHO DE VENGANZA NI JUSTICIA POR MANO PROPIA EN 41 AÑOS, cuando otros pueblos se desangran en espirales de revanchas y contra revanchas interminables. Nadie pretenda confundir esta reflexión, o llamado si se quiere, con una convocatoria al derrocamiento del gobierno, o la subestimación de la democracia que hemos conquistado y defendido. Pero ganar una elección no otorga derecho a violentar las reglas del juego democrático. Mucho menos a saquear y hambrear al pueblo, a hipotecar la Patria para esta y las futuras generaciones. Son ellos quienes barren con derechos, gasean y golpean trabajadores.
Son ellos quienes se preparan –se arman e intentan disfrazar jurídicamente– para una escalada represiva metódica y planificada. Quienes “lloran” y nos acusan de promover el “Club del Helicóptero”, lamentan la autoinmolación del gobierno de la Alianza, pero olvidan lo esencial: la democracia pudo recuperarse, pero la tragedia de las vidas perdidas en la represión NO.
No queremos más presidentes que traicionan el mandato popular y deben huir en helicóptero, pero mucho menos al pueblo golpeado y fusilado en Plaza de Mayo en diciembre de 2001. El movimiento popular, sin conducción política unificada y fragmentado en mezquinas tiendas no debe caer en la provocación, pero tampoco esperar pasivamente que barran con sus conquistas o lo masacren impunemente.
El debate YA está planteado.