Los intendentes van y vienen. Unas veces son más, otras menos.
Los gobernadores intentan meter su cuchara.
El panorama es confuso.
Queremos creer que se está discutiendo la mejor manera de enfrentar estas elecciones de medio término, como parte de la construcción de una alternativa que frene la expropiación antipopular del macrismo y gane el gobierno en 2019.
Pero es hora, hace mucho que es hora, que la dirigencia social y política intermedia y toda la militancia que apenas lee o escucha acerca de los encuentros de cúpula por los medios, pongan la impronta, aunque seamos pesimistas que alguien la convoque o escuche, al menos con vista a estas elecciones de octubre.
“Es lo que hay” dirán algunos, pero entonces eviten agitar livianamente conceptos vitales como “protagonismo popular” o “empoderamiento”. Admitan que –en el mejor de los casos—se impondrá un frente electoral, jamás un centro coordinador de la resistencia y la lucha, el único camino efectivo frente a la brutal ofensiva que soportan trabajadores, productores, industriales y comerciantes.
¿Cómo hubieran trascurrido estos 17 meses con un centro político coordinador, asentado en barriadas, casas de estudio, fábricas y lugares de trabajo?
Creo, me esfuerzo en creer, que es alentador que se busque la “unidad” de peronismo y un gran frente nacional frente al neoconservadorismo, así sea electoral. Sin embargo, esas definiciones generales, que en otras épocas despertaban entusiasmo en mis compañeros, hoy me provocan, nos provocan, justificado escepticismo.
Ya hemos visto como senadores y diputados que fueron puestos a dedo en las listas, y por el presuntamente mejor “dedo” (varios de ellos funcionarios designados durante las gestiones kirchneristas, y algunos en funciones hasta el traspaso del mando), avalaron con su voto las peores políticas macristas.
Por eso considero un paso adelante que se plantee la unidad en concreto: alrededor de “diez o doce puntos”, compromiso de honor de los candidatos ante el pueblo.
Pero, a mi juicio, este paso es insuficiente para producir un avance en las legislativas que, al mismo tiempo, prepare el camino para recuperar el gobierno en 2019, para reparar el daño –nuevamente—causado por las políticas neoliberales, y asumir un curso de firme profundización nacional, popular y latinoamericanista, que para ser tal deberá plantearse una superación total del camino recorrido, con medidas de neto corte anticapitalista, aún dentro de los márgenes de este sistema.
¿Por qué es valioso pero insuficiente comprometer programáticamente a los candidatos en un frente electoral amplio, sea con listas de “unidad” o mediante las PASO?
Por la misma razón que puede explicar, en parte, por qué el macrismo triunfó luego de doce años de un gobierno que, si bien es cierto que no tocó puntos neurálgicos del poder real en la Argentina, mejoró la distribución de la riqueza, recuperó conquistas históricas e incorporo otras nuevas e incluso por encima del “reclamo popular”.
La unidad debe ser concreta, programática, pero también para la acción.
Fuera de la fraseología, y las convocatorias al vacío, JAMAS se planteó seriamente en estos años la construcción de una fuerza propia (propia, no de incondicionales) que diera sustento a los avances, los apoyara y defendiera, pero a la vez empujara desde abajo cambios profundos e irreversibles. JAMÀS se intentó asentar territorial y sectorialmente el frente nacional, como frente, no como tribus que disputan (y reciben discrecionalmente) su porción de poder, así sea con un sentido popular. Muchos esfuerzos y recursos se perdieron en supuestos atajos, o en acuerdos cómodos con quienes, si ya no cruzaron directamente de vereda, pasaron de la poco digna obsecuencia a críticas convenientemente personalizadas, vacías de reflexión política sobre la incapacidad gubernamental, y la propia, para construir poder popular. Ésta acotada y limitada reflexión no pretende ser una crítica de improviso iluminada, mucho menos propone autocríticas televisivas en los medios monopólicos.
Es, así lo siento, un aporte más de alguien que no dejó un día de embarrarse hasta el cuello en la defensa de todo lo bueno, y resignar mantos protectores, políticos y económicos, aun siendo marginado en más de una oportunidad, para disentir y reclamar “ir por todo”, con el soporte ineludible de la construcción de militancia y poder popular: para defender y empujar a un gobierno, como pudo haber sido, o para resistir las ofensivas antipopulares, como debería ser.